2021, hacia la nueva extrañeza

Otras calles, otras gentes. Otras conversaciones, otros acentos. Otros cafés que apenas sí recuerdan, en su aroma, a los que conoces. Otros labios, diferentes también, menos desesperados, ya no tenemos quince años, nos decimos mientras nos abrazamos. Frío y nieve que deja los campos blancos en la amanecida del primer día de enero, mientras los perros pasean a sus resacosos amos, tirando con el cuello de la maldita correa.

 

Armando Manzanero, Aute y Pau Donés en los auriculares, para no olvidar nuestra educación sentimental, nuestra infancia, nuestra adolescencia, este 2020 que detuvo las horas y que quiso recordarnos que la principal misión de todo ser vivo es, precisamente, sobrevivir. Un 2020 que nos privó de la primavera y matizó el efecto catártico del verano, que volvió aún más lluvioso el otoño y sirvió de lanzadera a un invierno que promete ser siberiano.

 

Lejos de alimentar el olvido me aferro a la memoria, al recuerdo del gol de Maradona y a la narración de Víctor Hugo Morales, muy superior, lo siento, a la lamentable vida privada del Diego. En 2021, me digo mientras observo mi reflejo en un charco, quiero aparcar los juicios morales o estéticos y ser testigo de cuantos más instantes inenarrables pueda. Quiero escribir menos, no por el dictado de la rutina sino por el loco frenesí del amor a un oficio, a una afición, a una mujer: el amor nos deja sin palabras.

 

Quiero conocer más ciudades al alba, al filo del toque de queda, cuando se recogen los coches de policía y también aquellos a los que la bocina siempre pilla al descubierto. Aprovechar cada viaje, cada pequeña excusa, para fabricar justamente eso, un recuerdo, una fotografía en anécdotas; en relatos que siguen guardando silencio, encerrados en un fichero informático, hasta que los guardianes de lo políticamente correcto levanten el veto al optimismo.

 

Y me gustaría dar las gracias, cada día, a los que hacen bien su trabajo, a quienes vigilan que el agua salga del grifo y se encienda la lámpara que ilumina la lectura con la que concilio el sueño. A quienes patrullan las calles, a quienes salvan vidas, física y espiritualmente. A quienes facilitan, con la pavimentación de las aceras, nuestro raro tránsito por esta vida, en estos tiempos de pandemia en los que nos aferramos a la normalidad y rechazamos la extrañeza, cuando es esta la que nos mantiene vivos el resto del tiempo, aportándonos el oxígeno que, entre otras cosas, alimenta dos respiraciones que se unen cuando todos los estudios, y los amigos, también los cuñados, recomiendan que se separen, que choquen sus codos y se digan “hasta la vista, ha estado bien”.

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