De mito a mito sin la “I” (y sin la “p”, la “t” y la “s”)

Corría 1960 cuando Raymond Queneau crea el grupo Oulipo, acrónimo en castellano de «Taller de Literatura Potencial», con el fin de experimentar con el lenguaje sirviéndose de métodos matemáticos que lindan con el surrealismo (a pesar de negar formar parte de ninguna vanguardia). Una de las fórmulas que proponen es la «constricción», esto es, la introducción de una limitación en el acto de escritura. Hace casi un par de años, en el marco del Taller de escritura de Las Conchas, Raúl Vacas nos propuso este lipograma en el que poco a poco iba cayéndose la opción de utilizar una letra.

–Marlowe, le voy a ofrecer algo que no valorará rechazar –declaró Corleone–. Deje a Lauren Bacall y coja la mano de la muchacha de cabello dorado, la de la falda rebelde y la enagua blanca en el rodaje de aquel alemán…

–Creo que era au…

–Calle, la recuerda, ¿verdad?

–Claro, ¡cómo no hacerlo!

–Bueno, normal, ma´ no la confunda, eh. La de JFK y la del ukelele en aquella obra en la que Lemmon acaba con un hombre maduro en una lancha; con el alemán de nuevo a la cámara.

–Creo que era au…

–Calle, calle, y no declame el nombre de la mujer o le rebano la lengua. Ande, ande, y venga a verme en mayo con la buena nueva. No, no bromeo, nunca bromeo.

Marlowe abandonó azorado el hogar de Corleone y erró rumbo al bar donde le aguardaba un colega.

–Eh, Marlowe, ¿cómo va el abuelo?

–Muy raro, la verdad. Creo que el amo de la Gran Manzana anda acojonado. La mujer no le deja nombrar a la Monroe.

– No hay duda, algo huele muy mal en Noruega.

–Creo que era en…

–Calla, anda, calla y bebe.

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