El perdón y la ofensa en la España del siglo XXI. Reforma constitucional y pequeña propuesta final.

Piensen en esto. El primer contacto del ser humano católico occidental con la ofensa se produce al verbalizar –y tomar así conciencia de ella– una proposición mentirosa. Si ustedes se fijan bien, cada vez que expresan en voz alta aquel verso que reza perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden, están partiendo de un presupuesto falaz; están engañando a Dios. Y es que nunca, jamás, el hombre, orgulloso por naturaleza, en sus miles de años de historia, pudo haber cometido el error de perdonar una ofensa, de poner la otra mejilla o de, ser lento, tal y como nos sugiere Proverbios 19:11, para la ira. Ello pese a que grandes representantes de nuestras ciencias y de nuestras letras propugnaron el perdón como herramienta de reconciliación, como gesto de amor fraterno y de virtud aristotélica; como verdadero acto onanista, muy superior en cualquier caso a la manipulación genital acompañada de imágenes explícitas o de recreaciones mentales. “Perdona y alcanzarás el éxtasis”, parecían querer decirnos.

También hubo otros que plantearon la eficacia del perdón como acto de legítima defensa o de justa venganza. Sin embargo, no debemos caer en el error de interpretar en sentido literal a Oscar Wilde cuando afirmaba aquello de perdona siempre a tu enemigo, no hay nada que le enfurezca más. Esto, seguramente vigente a finales de siglo XIX, con el advenimiento de las nuevas tecnologías ha quedado ampliamente desfasado. Y es que se me ocurren más de setenta posturas –y no hablo de moralidad– en las que podrían hacerse un selfi junto a la mujer (o el marido) de su agresor (o agresora) para despertar su ira publicándolas en Instagram. Desde luego, si de lo que se trata es de enfurecer, Internet ha ampliado mucho el espectro dejando al perdón en un lugar marginal dentro de las armas de destrucción masiva.

De igual manera, conviene no ser estrictos en la lectura de las siguientes palabras de Benjamin Franklin, no en vano inventor del pararrayos e incorregible mujeriego. Inscribe los agravios en el polvo, decía, y la Real Academia de la Lengua, tras dilatadas conversaciones con el resto de la comunidad científica y la Universidad de Wisconsin, y todo ello bajo la supervisión de Yoda, se ha puesto de acuerdo en concluir que de sus palabras se deduce una clara intencionalidad erótica. Es decir, que Franklin conocía a la perfección el método anteriormente expuesto de hacer frente a la ofensa, solo que ningún autor del momento, en el marco espacio-temporal de aquellas colonias puritanas, se atrevió a pintarle un retrato yaciendo con la esposa de algún burgués hijo de puta (perdón por la redundancia).

Ahora bien, antes de seguir haciendo valoraciones sobre la mejor respuesta posible a una ofensa, deberíamos preguntarnos en qué consiste, precisamente, este concepto; cuál es su etimología, cuál ha sido su desarrollo histórico, sus vertientes sociológicas y culturales, sus derivaciones y contactos con otros campos anejos,… Es decir, todo lo necesario para poder declarar en nuestro currículum que somos “expertos en ofensa”, una nueva especialidad con amplias salidas laborales en tertulias de televisión, partidos políticos y prensa deportiva.

Pero permítanme que avance dando por hecho todos esos aspectos que ustedes, a buen seguro, pudieron aprender durante su paso por la universidad. Y es que la ofensa –por si nunca consultaron la guía de estudio– es uno de los contenidos transversales que incorporan todas las carreras. ¿O acaso no recuerdan haber tenido clase con un profesor que se dedicaba a leer el contenido de un PowerPoint sin dotar de sentido a sus palabras? ¿O a aquel otro que, incapaz de dar respuesta a las preguntas de los alumnos, se refugiaba nuevamente en la lectura del PowerPoint? ¿O a aquel otro al que ni siquiera pudieron verle la cara porque estaba escondido detrás de la pantalla donde se proyectaba el PowerPoint? ¿O a aquel otro que ni siquiera supo conectar el ordenador y que se pasó toda la hora buscando al técnico informático para que le salvara de una muerte por hipoxia?

Pues bien, toda vez conocida la historia del perdón como ficción y reconocida la capacidad de la ofensa para integrarse mimetizada con numerosos elementos de la vida pública y cotidiana, me gustaría hacerles una confesión. Déjenme que les diga que ustedes conocen muy bien el contenido de la ofensa. Y no solo como destinatarios y receptores de la misma en sus años de universidad. Déjenme anunciarles que ustedes ofenden cada vez que caminan porque en esta sociedad que enseguida echa mano de querellas, demandas o denuncias –según la vertiente legal del agravio–, en esta sociedad que se cree tan importante como nos creemos cada uno de sus miembros, todo es ofensa. En este país, tal y como pronunciara un ilustre pedagogo anterior a la Guerra Civil, los niños deberían aprender a conjugar ofender como ejemplo de verbo transitivo, regular y omnipresente. Porque todo ofende. La belleza ofende, la fealdad ofende, la duda ofende, la delgadez y la obesidad ofenden. La inteligencia ofende, el humor ofende, la tristeza ofende y la felicidad de los otros directamente nos jode. Si antes todo era pecado, ahora no estamos mucho mejor. Ahora todo es ofensa.

Desde luego, ahora que la posibilidad de una reforma constitucional se abre paso tras años de inmovilismo setentayochesco, yo digo que sí, que urge actualizar el artículo primero en su primer apartado. Porque España no es un “Estado social y democrático de Derecho”, qué va,  España es un “Estado continuo de ofensa”. Y por supuesto, desde la pequeña y humilde atalaya desde la que observo la realidad diaria de mi país, me permito afirmar que se hace necesario reformar la sección primera del capítulo segundo del Título I dedicada a los derechos fundamentales por no estar recogido en él el derecho, más bien el deber, de ofender. De lo contrario, si no iniciamos esta reforma, nos encontraremos ante la absurda situación de que el jefe del estado tenga que pedir perdón por haberse ido a cazar elefantes a Botsuana o de que terminen en la cárcel representantes paradigmáticos de la ofensa por haber desviado fondos o cobrado comisiones ilegales.

Sin embargo, en lo que se labra el consenso, en lo que se cierran y reabren las cámaras siguiendo el procedimiento que anuncia nuestra carta magna para su propia reforma; ante tanta ofensa y ante tanto perdón ofensivo, ante un sistema judicial paralizado por el exceso de denuncias y demandas tramitadas, se me ocurre que tal vez ustedes puedan ser más felices sonriendo ante cada agravio, evitando dar respuesta a quienes les agreden, y, ante todo, gozando de una saludable y fructífera vida sexual. Piensen en esto.

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