Un cuadro de Hopper

Al otro lado de la ventana, inclinada hacia ella, observamos, de medio perfil, a una mujer de unos cuarenta años, pelo claro recogido en un moño, brazos robustos y senos generosos, apenas cubiertos por el escote de un vestido al que la luz de la mañana aclara sus tonos carmesí. Su mirada se pierde en el horizonte, sobre los colores pajizos del campo agostado y entre las alamedas que insinúan el curso de un arroyo, y por las que se pierde la sombra del hombre que vino anoche a visitarla. Si su rostro enseña esperanza o decepción lo determinará el siguiente visitante del museo.

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