Reunión de quintos

Era de esperar. Ninguno de los allí presentes acudió con bolsas de chuches y gominolas. Han pasado unos cuantos años, pero la invisibilidad de los nacidos en agosto sigue intacta, a salvo de tener que compartir fingidas exaltaciones de la amistad con nuestros compañeros de clase por algo tan banal, y convencional, como la fecha de nacimiento. Con lo que nos ahorramos en aquella operación de protomarketing personal pudimos completar colecciones de cromos, ahorrar para una bicicleta y comprar, de rondón, la primera Interviú de nuestro grupo de amigos.

 

El coste debió de ser la popularidad. Ninguno de los citados a vacunarse este 21 de julio conocía al otro, a pesar de haber tenido que ocupar, a fuerza de estadística, la misma sala de parto, o la incubadora adyacente. Puede que en ello colaborasen los trajes de camuflaje que muchos vistieron para la cita, con flotadores alrededor de la cintura, moreno de azotea, camisas de Mercadona o vientres de alquiler. No en vano, con más de uno tuvo dudas la policía, a la entrada del recinto, por si el DNI era falso, como cuando en los años de instituto intentábamos colarnos en las discotecas, pero al revés.

 

Supongo que el organizador pensó que la reunión debía tener un cierto contenido nostálgico: pupitres individuales, filas numeradas y un televisor en el frente en el que por momentos vi aparecer a Muzzy, aunque todo resultó ser un mero espejismo producto del calor. De hecho, no faltó el que se mareaba (al que le echaron Betadine, por supuesto). Tampoco el que entregaba el examen sin repasar, a los cinco minutos. Ni el que venía en chándal a diario. O la que se arreglaba porque a la puerta le esperaba su novio del instituto. Tal cual, sí, solo que ahora es el bedel.

 

Lo cierto es que esperaba menos gente, principalmente por motivo del éxodo a las grandes ciudades, la emigración al extranjero y la alta tasa de suicidio. También porque pensaba que muchos no regresarían del pueblo, donde siguen teniendo a la famosa novia que nadie conoce y, por encima de todo, la Play Station. Pero nada, lo he vuelto a comprobar, nuestra generación sigue siendo tan dócil como siempre a la hora de acudir a la llamada de la autoridad, no en vano fuimos la última que corrió presta al repique de campanas de la iglesia, a las señales horarias del televisor y, por supuesto, a la primera, y última, llamada para cenar.

 

Dicho esto, y a pesar del inevitable contenido alienador de las filas, debo dar las gracias por la impecable organización del evento y por la calidad de la vacuna, pocas veces había salido del Multiusos, antigua sede de fiestas universitarias, en tan buen estado. Dicho esto, comentaba, debo dar las gracias a la organización por hacer que el espejo de mis coetáneos me devuelva confianza en mis posibilidades y dote de sentido a todas las decisiones que he tomado desde la fecha de la última vacuna hasta hoy. Esto es lo que le acabo de contar por WhatsApp a mi psicóloga, quien lamenta que mis próximos 90 euros, los que me ahorraré al cambiar la cita por acudir a ponerme la segunda dosis, los invierta en completar la colección de Dragon Ball, en comprar una pala de pádel y en la suscripción a… Bueno, hay que adaptarse a los tiempos.

 

*Gracias también a todos los sanitarios que siguen trabajando para detener la pandemia. No sé qué hubiera sido del mundo sin vosotros. 

Deja un comentario