¿Y si todo fuera una fantasía? Pero es que todo es una fantasía. ¿Y si es todo producto de tu imaginación y no existen ni el cansancio ni el dolor? Pero es que la imaginación lo es todo. Todas las palabras aquí escritas son el producto de una proyección anterior ideada por un intelecto, en este caso humano. Y también el cansancio y el dolor se proyectan, además de sentirse. Y se plasman en palabras que los explican, aunque muchas veces no sea sencillo.
Estoy agotado y no sé si es el fruto de haber empleado mucha energía pensándolo y llenándome de motivos para estarlo o una consecuencia directa de llevar días y días sin parar de trabajar y pensar en el trabajo. Pero estoy agotado: lo imagino y lo siento. Lo notan mis piernas, que se separarían gustosas del resto del cuerpo para ser enterradas bajo un ciprés centenario. Lo siente mi alma, que se rendiría ahora mismo al frío del invierno y se dejaría abrazar por sus hojas escarchadas y bailaría con su gélido viento del norte al ritmo de esa melodía que se escapa por la rendija de la puerta de un local nocturno a punto ya de cerrar.
Y el ser, ya desalmado y sin piernas, pero aún con manos, escribe al ritmo de una serenata sonámbula y huye de las pesadillas que le aguardan en el borde de la cama, donde se halla su guarida y la del lobo, que en este tipo de noches son el mismo lugar. La escritura es una suerte de llanto silencioso, de sollozo ahogado. Sobre todo, cuando la firma un adulto que de niño tuvo miedo al abandono, aunque solo fuera en su imaginación. Que lo es todo, recuerden.
La memoria del daño. Eso es lo que recuerdo. Y una susceptibilidad demasiado aguda, tal vez, demasiado precisa, con lo injusto o desproporcionado, con lo no debidamente ponderado o bien repartido. En el jardín de la infancia soñé demasiadas veces con un mundo justo, con un comercio equilibrado de bondad por bondad. Y cuando no siento esa reciprocidad ─ ¿o es de nuevo una fantasía? ─ vuelvo a tener cinco años y a no entender aquel bofetón de monja a cambio de algún balbuceo bienintencionado, aunque seguramente fallido.
Han pasado los años y lo que me sigue robando el sueño son las visiones de Shere Khan, quien ahora luce nuevos ropajes, algo más sofisticados que sus rayas negras sobre fondo naranja de entonces. Ahora adquiere, incluso, el aspecto difuso del sustantivo abstracto, ya sea este cansancio o desesperanza, nuevamente vástagos de la fantasía, lo que a unos les hace restarles valor ignorando que ese despojamiento de importancia es también pura matemática, un invento humano con una base empírica que se demuestra como cierto a sí mismo. Un relato más para madrugadores que para noctívagos forzosos, seres contagiados de la fiebre del sábado noche, que se acurrucan y escriben protegiéndose de su propia imaginación. Es decir, de sí mismos.
Es impresionante, Juanjo, cómo logras poner en palabras emociones tan complejas y universales. A veces me pregunto si quienes te leen llegan a darse cuenta del peso que llevan esas líneas y del esfuerzo que implica cargarlas y plasmarlas. Solo quiero recordarte que, aunque la imaginación sea ese todo que mencionas, también hay realidades que nos sostienen: la familia, los amigos y esos momentos que nos permiten respirar. El trabajo puede ser una fuente de orgullo, pero también un peso abrumador si no dejamos espacio para nosotros mismos y llevas un ritmo de trabajo enorme y excelente durante ya muchos años. Si hoy sientes que todo te exige demasiado, deja que quienes te queremos te sostengamos un rato. Aquí estoy para lo que necesites, siempre.
Fernando