As time goes by

Cada año que pasa, la relación entre pasado y futuro se altera de un modo no siempre lógico. Cabría pensar que el paso del tiempo agranda la fotografía captada por los retrovisores y recorta la imagen situada en el frente del parabrisas, que uno acumula recuerdos y simplifica los planes venideros, aunque siempre, por mayores que seamos, quede un viaje pendiente a París o Nueva York. Pero no.

La edad, si no es mero envejecer biológico, nos dota de perspectiva, moldea el recuerdo y lo reconstruye de un modo favorable, puede que condescendiente, con el protagonista de aquel presente que en aquel momento nos parecía tan grave. De la sucesión de fotogramas, la experiencia seleccionará solo aquellos que sean necesarios para continuar. Recordaremos que el fuego quema, que el rojo significa “para” y que aquella chica nunca nos convino.

Si madurar es algo más que perder pelo y arrugarse, el pasado quedará resumido en un tiempo muy corto, por más viejos que seamos. Un relato breve constituido por una infancia feliz, una instructiva adolescencia y un camino, más o menos recto, que nos trajo hasta aquí, que nos hizo como somos y que no pudo ser diferente.

Que estará salpicado, eso sí, de momentos culminantes, iluminados por la luz de la actualidad, con las sombras corregidas, los hombros más elevados y los pechos que tocábamos mucho más turgentes. La prueba de que hemos madurado pasa por aceptar que aquel amor, y aquel otro, tomaran aquel avión; por esbozar una sonrisa sincera, de una nostalgia muy sutil, al pronunciar en voz baja aquello del “siempre nos quedará…”.

El futuro, contra pronóstico, se amplía al tiempo que lo hacen las posibilidades y los matices: el grado de conciencia. Desnudadas las convenciones, la burda estructura que las dota de una presunta necesidad; desenmascarados los automatismos y ampliado el diálogo con uno mismo, el tiempo se despliega al margen de los sistemas sexagesimales o centesimales.

Cada día amanece todo el tiempo, decía Ramón Gómez de la Serna, aunque lo hagamos inevitablemente adheridos a la identidad que nos han construido, una lacra probablemente innecesaria para una vida tan corta. Y a nuestras cualidades, limitadas por unos y otros. Pero todo el tiempo, al fin y al cabo; una página en blanco sobre la que verter toda la experiencia adquirida –para eso sirvió el pasado– en inventar nuevos modos de ser y estar, de responder a la crítica o al halago, a la proposición y las tentaciones al margen de las reglas y los fantasmas.

Cada día amanece todo el tiempo. Y la simple lectura de esta frase, que estremece por su profundidad, hace que el futuro se expanda y sea aún más fascinante de lo que lo era ayer.

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