1917, una película necesaria

Sara abandonó la sala nada más producirse el fundido a negro, caminando rápido mientras se ajustaba las mangas del abrigo y sacaba el teléfono de uno de sus bolsillos. “Ricardo, Ricardo, ¿has visto lo mismo que yo?” Resultó que Sara y yo vivimos en el mismo bloque, al que llegamos siguiendo el mismo recorrido. De ahí que esta sea solo el relato ordenado, casi literal, de lo que esta chica de acento argentino le contó a su novio de camino a casa, un relato que, por su volumen, también por su interés, no pude dejar de escuchar.

Qué son ciento tres años en términos históricos, qué significa apenas un siglo en la vida de la humanidad: ¿un pestañeo, un bostezo, un estornudo a lo sumo? Dime, Ricardo, cómo es posible que ayer, antes de ayer como mucho, hombres de diferentes naciones se acribillaran por un pedazo de terreno, sin conmoverse siquiera por el reguero de fotos de padres y madres que dejaban a su paso con un mensaje esperanzador y al mismo tiempo desesperado en el reverso.

Cómo es posible que podamos convivir en bloques de hormigón, sentarnos en pupitres hacinados para atender al maestro, sobrevivir al hedor que despide el amigo muerto en la trinchera y no aceptar la existencia del otro, del que piensa distinto, a miles de kilómetros de nuestra posición. La lógica del enemigo no puede ser humana. Y la lógica, o es humana, o no es.

La nación es mi último apellido. El último tras una larga lista que encabezarían los de todos mis familiares y amigos. Que una idea abstracta, básicamente un relato inventado por los poderosos para seguir subyugando voluntades, se imponga sobre la concreción del beso y el abrazo me estremece. Dime, Ricardo, cómo matar y morir por un ideal tan alejado de la piel.

No está de más que una cinta como esta nos lo recuerde. 1917 será nuestra Los mejores años de nuestra vida, nuestra Senderos de gloria, nuestra Nacido el 4 de julio, ¿recuerdas cuándo la vimos, Ricardo? Puede que se hayan apagado ya las ascuas belicistas, que la barbarie se haya sofisticado, pero el mal habita entre nosotros, el nacionalismo crece camuflado en la maleza y, con él, la incomprensión y la intolerancia. Seguirá bastando un uniforme distinto para que un hombre –su biografía, sus expectativas, su familia– se conviertan en un objetivo.

Me gustaría hablar de los elementos técnicos, pero están tan logrados que apenas he prestado atención a los movimientos de cámara, a la fotografía, a los escasos cortes que se producen a lo largo de toda la película. Supongo que esto es lo mejor que se puede decir de una narración, que no es posible apreciar su andamiaje, adivinar, especular siquiera, el proceso de toma de decisiones previo. Hoy he viajado sentada en una sala de cine, como si estuviera en el frente e hiciera frío; y tuviera hambre, y te echara mucho de menos.

Hasta aquí el relato. Sollozando, Sara tuvo que detener el paso y apoyarse en la baranda del puente. Avergonzada ante mi próxima mirada se sintió obligada a disculparse, algo que le pedí que no hiciera. Entonces supe por qué hablaba tan rápido y quién era Ricardo. Quién había sido Ricardo y en qué circunstancias había muerto.

1917 es una película espectacular, un ejercicio de virtuosismo y una cinta, ante todo, necesaria.

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