So long, Marianne

No pude evitar sonreír cuando me hizo pasar a un salón tenuemente iluminado y acomodarme en el extremo de un sofá de cuero negro. Antes de cruzar las piernas ya estaba sentado a mi lado tendiéndome un Chardonnay, manipulando la tela de mis medias. No me dio tiempo a mojar los labios cuando ya sentía los suyos recorriendo mi clavícula y no alcancé a retirarle el primer botón de la camisa antes de que saliera corriendo por el pasillo. Respiraba con dificultad, había olvidado cerrar la puerta.

Sobre la mesa, al pie del sofá, una carta a medio escribir que, lo prometo, no estaba cuando llegué.

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