Entre la herencia y la herejía

Hay personas que se pasan la vida buscando un destino al que llamar hogar, un par de coordenadas al que volver si las cosas se tuercen. Valoran, por encima de todo, lo que les es familiar, ya sean olores, sonidos, rostros… Buscan que entre el ayer y el mañana exista una cierta continuidad, que el amanecer explique la noche como el atardecer lo hace con el día. Que todo sea una sucesión lógica de hechos, que nada se quiebre entre el espacio y el tiempo. Eligen la coherencia.

 

Yo era así. Y, sin embargo, salir, aunque no haya sido muy lejos, cruzar la frontera del barrio, saltar la demarcación municipal, dejar atrás la comarca y la provincia, cambiar de valle, incluso de clima, me ha hecho tener otras ideas: amar la extranjería, la renovación de rostros por la vía de la migración, y no la de la muerte y la vida; aferrarme al anonimato, ser libre por la vía de una ficción continuada que me permite elegir amar, tomar lo bello, desanclarme de la tierra marrón y amarilla camino de América, la seda o las especias.

 

Tomar lo bello, decía, caminar por El Prado, apagar la tele; entrar en la catedral de Burgos, cerrar el periódico; detenerme en Anaya, colgar el teléfono. Subir por paredes calizas del Mesozoico, limpiar la arena del Holoceno de mis zapatos. Cultivar la amistad, segar la envidia. Elegir amor, amar también al diferente, sobre todo al diferente.  

 

Escuchar a Aute y no la lista de ninguna radio, ya no hay radios libres y ahora Aute, muerto, sí puede decir que lo es. Escuchar a Aute cantado por El Kanka, porque me apetece, y porque eso me hace pensar en una amiga. Y escribirla, en medio de la noche, cuando en una familia decente ya se duerme, cuando en un país civilizado ya se descansa, cuando un hombre de bien vela armas antes de cumplir con su trabajo, y dar de comer a su familia, y amedrentar a su mujer con los silencios, y educar a los hijos, también con los silencios. Y suicidarse, si es preciso, en medio de la noche, sin dar, tampoco entonces, explicaciones.

Hay que salir, también, de la rutina. Saltar del vagón del metro, ser el niño de Los cuatrocientos golpes, ser Michael antes de ser Michael aunque sea para terminar siendo Michael, ergo un criminal sin escrúpulos. Y, por encima de todo, procurar escapar de la masa, de cualquiera, de toda opinión mayoritaria, o de toda opinión minoritaria basada en la oposición a una opinión mayoritaria surgida como contrapunto a una opinión mayoritaria más antigua y más asentada entre los pueblos de una nación, cualquiera que sea su definición, de una nación que no existía cuando alcanzaron el nivel del mar las calizas del Mesozoico que visité el sábado pasado en Las Tuerces.

 

Creo que la humanidad hizo mal en tomarse en serio a Karl y en broma a Groucho. Lo digo sin haber leído demasiado a Karl y tras haberme reído mucho con Groucho. Lo digo esta noche calurosa de regreso en el barrio, sintiéndome un feliz extranjero, con mascarilla, en mi propia casa. Una noche en la que me acostaré con la seguridad de que el sol saldrá por El Barco de Ávila y se esconderá por Ciudad Rodrigo. Con la libertad de saber que mañana, o tal vez pasado, lo veré caer a través de los ojos extranjeros que aún me miran sin adivinar lo que pienso, sin juzgar lo que soy.

Deja un comentario