En los próximos cuarenta y dos días…

*El micrófono abierto de El Alcaraván se toma unos días de vacaciones. Regresará el próximo 12 de enero y, para entonces, habrán pasado cuarenta y dos días. Aquí una predicción repleta de certezas.

Melania Trump pasará por Ikea a recopilar ideas para amueblar el Ala Oeste de la Casa Blanca, y Marine Le Pen le pedirá a Sarkozy, en una reunión de amigos, las medidas exactas de la sala de reuniones del Elíseo, donde quiere colocar, toda vez gane las elecciones, una alfombra que ha comprado en el mercadillo.

La Constitución Española cumplirá 38 años y seguirá siendo igual de joven para quienes la miran con los ojos de 1978, e igual de vieja para quienes aún ven tanques en el sur de Madrid y unidades atrincheradas junto al Ebro.

Miles de jóvenes españoles celebrarán con salidas nocturnas marcadas por el consumo de alcohol y otras drogas –y todo el sexo que puedan–, la festividad de la Inmaculada Concepción.

Se enviarán millones de felicitaciones navideñas por Facebook, Twitter, Instagram o cualquier otra red social, pero solo unas pocas personas dedicarán horas a la redacción de tarjetas, a escribir a mano la dirección en el sobre o en acudir a una estafeta de correos para llevar a cabo el envío. Ténganlo en cuenta.

Puede que muera un político aquejado por el estrés de una persecución excesiva a costa de un caso de corrupción de trascendencia relativa. Compárenlo con los cientos de personas que se quitarán la vida desesperadas al ver que la lista de espera no avanza, que la nevera sigue vacía, que esos cabrones aún están en la calle.

El rey dará un discurso a la nación. Sí, lo han oído bien. Aunque tenga un carácter simbólico y sirva de previo a los villancicos de Rafael. Aunque no sea más que el ruido de fondo que se cuela entre el traqueteo de la vajilla y los chistes del cuñado. Aunque sea una simple anécdota, escúchenlo bien: un rey, en pleno siglo XXI, tendrá la cara de darle un discurso a la nación.

Las ciudades del mundo occidental se iluminarán y moverán al compás de villancicos que sus habitantes memorizaron siendo niños. Y sus gentes acudirán en masa a comprar el tiempo que no dedican a sus hijos, el amor que no sirven a sus parejas, el silencio que exigen a sus amantes, el olvido de quienes fueron sus padres y puede que, incluso, tengan un detalle con el tipo que les saluda del otro lado del espejo, en cuyo fondo se encuentra ese niño que aprendió Noche de Paz en el colegio.

La niebla se apoderará de las calles. El aire invernal se saturará de vapor de agua condensado, alimento natural de la imaginación de los escritores malditos y refugio habitual de los personajes de sus poemas y relatos: mendigos, criminales y también, por supuesto, escritores malditos que a veces, incluso, no son ellos mismos.

hará frío. No hace falta ser la marmota Phil para adivinarlo. Se encenderán chimeneas, se degustarán chocolates bien calientes, se arroparán bajo las mantas las parejas, sus hijos y sus mascotas. Se conspirará en los cafés –y no en las plazas–. Se viajará a lugares remotos, a las Antípodas o cerca de los trópicos. Pero hará frío, también, donde se carece de cualquier posibilidad de todo ello.

Esta sala quedará vacía los jueves al filo de la medianoche. Permanecerá en ella el recuerdo de los propios textos, insatisfechos por no ser más largos, o más breves, exigentes con una coma que se elidió, o con un punto que rompía la cadencia de los versos al ser recitados. Ocupará la memoria el lugar de los rapsodas en este rincón que se concede un paréntesis antes de que lo acusen, a él también, de matarnos a todos a causa del exceso de pasión por la vida que en él se concentra.

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