Cita en Casablanca

Pau Donés ha dedicado los últimos días de su vida a ultimar los detalles de un disco que no podrá interpretar en público. No sé hasta qué punto era consciente el cantante de Jarabe de Palo de la inminencia de su muerte, tal vez simplemente no quería estar allí cuando llegara el momento, que diría Woody Allen, aunque él ya había demostrado saber que aquí estamos todos de prestado por más que no sepamos quién dispone de nosotros ni cuál es el interés de la operación.

En estos meses de parada biológica en los que se han acuñado expresiones como “convivir con el virus” o “nueva normalidad” se nos han ido demasiados poetas, demasiados observadores privilegiados de la realidad, mentes lúcidas, espléndidas; corazones rebosantes de energía, aunque, con la participación de una dinamo, la convirtieran en tristeza o ironía en sus canciones. Quedan, porque siempre quedan, la flaca, Vailima o el John Deere Green de Pau, Luis Eduardo y Joe, pero no es lo mismo.

Así se van sumando los golpes, las muescas de este revólver que es la vida, que es más bien un paulatino morir, una merma a plazos de los motivos, a los que tenemos que añadir, artificialmente, emoción u originalidad para que igualen el poder de este goteo constante de seres queridos, testigos que refrendaban el valor de los recuerdos y de los recuerdos mismos, sobre los que la memoria selectiva, más bien la amnesia sanadora, aplica la profilaxis del olvido, la mascarilla más eficaz ante el virus del pasado.

Es humano, muy humano, que tras cruzarnos con esa triste sombra, vestida de azul, en la plaza del mercado, acudamos corriendo a nuestro señor para solicitarle un permiso e irnos enseguida a Casablanca, esa medina sofocante y polvorienta donde encuentran incómodo acomodo parejas desorientadas, funcionarios del gobierno colaboracionista, cínicos buscavidas y estafadores de poca monta, pensando que en ella estaremos a salvo, que no acudirán allí ni la brutal realidad de la guerra ni los cobardes fantasmas del ayer.

Pero todos conocemos lo que pasa, nos lo contó Michael Curtiz a través de un guion excepcional de los hermanos Epstein y Howard Koch. Y nos queda claro que por más que el tiempo pase, por mucho que nos aferremos a la botella de whisky y nos pensemos dueños de nuestro destino, aparecerá, vestida de blanco en esta ocasión, dispuesta a amar tanto como a huir, aunque sus viajes siempre se reserven un trayecto de vuelta, la nostalgia. La nostalgia de los tiempos en París, de las tardes de invierno cantando Al Alba, de las noches del mejor verano de nuestras vidas, aquel sí, al ritmo de La flaca.

La muerte antes de la muerte no nos aguardaba en el mercado, nos había citado en Casablanca. Esta noche, a las 22:00, en La 2. Cualquier noche, a la hora que sea, en nuestro bar, dondequiera que esté (ella lo sabe).

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