2023: volar a ras de suelo

Termino el año siendo más consciente que nunca de la soberbia con la que el ser humano surca los cielos o avanza sobre los raíles electrificados de dos vías que terminan uniendo dos destinos, se llamen como se llamen las ciudades que sirvan como núcleo de la familia y el trabajo, el deseo y el deber, el amor y el poder, dos términos que nunca han sabido convivir pácificamente, que parecen incompatibles en la medida en la que un exceso de uno de ellos repercute negativamente en el otro, hasta el punto de parecer opuestos. Si amar ablanda, ejercer el poder, en fin, insulto a su inteligencia si termino la frase. 

Pero endurece, claro, aunque exista aquello que la diplomacia llama el poder blando. Aunque John Wooden nos recordara que también se termina con un enemigo convirtiéndolo en nuestro amigo. No es este el tipo de poder que eleva los salarios, ensancha los inmuebles, pinta de dorado los acabados de la encimera, nos llena de orgullo y satisfacción. El poder debe quedar sobradamente demostrado y si el hombre le hace caricias al caballo, ya nos lo decía Facundo Cabral, es solo para montarlo

Desde hace un tiempo lo paso mal en los aviones, supongo que es por ignorancia o sobrestimación de aquello que ocurrió un día (el hombre es el único animal con autobiografía). Por desconocimiento de las matemáticas o las leyes de la probabilidad. En el polo opuesto de la tensión se situarían esos momentos en que acaricio a uno de los gatos de la madre de mi novia, ignorando nuevamente el poder de sus uñas, por puro desconocimiento, nuevamente, de las leyes de la probabilidad. Los gatos no tienen autobiografía, desconocen esa droga llamada gloria o reconocimiento, pero a veces, muchas, tienen hambre y la pagan con su dietista. 

El avión me conduce a lugares desconocidos, a pabellones ajenos, a destinos anhelados o impuestos. Las caricias, y el ronroneo que desencadenan en el gato, a una suerte de felicidad muy primitiva y simple que si no justifica una vida, una carrera o la entrada de una hipoteca, sí, desde luego, llenan de sentido el momento, ese microcosmos que habitualmente damos por sentado, que se convierte en una estrella fugaz más de un firmamento que pensamos eterno. 

Por esto no sé muy bien que desearos esta noche ni qué propósitos hacer para este año que entra. Seguramente ninguno, creo mucho en el azar. No en el destino que pretende explicarlo todo, sino en el azar que, todo lo contrario, termina con cualquier causalidad. Personalmente, seguiré huyendo de la racionalidad que intenta poner un porqué como broche de cualquier suceso, explicarnos el pasado con los ojos del presente, condicionados por aquella otra predicción basada en el pasado, qué bucle tan pernicioso. 

En todo caso me atrevo a invitaros a subiros a aviones con Serrat o Milanés en los auriculares, para haceros más conscientes de lo sublime de volar. Y a acariciar a los gatos con la única banda sonora de su ronroneo, tal vez un código cifrado que los conecta con lo divino y que los ha hecho figurar entre los animales sagrados. Y os sugiero también, desde este humilde púlpito desde el que me dirijo a vosotros con la arrogancia de quien piensa que lo pueden llegar a leer, que amen como trabajan y trabajen como amen buscando, tal vez, que se endulce el rigor de la causa escogida o aceptada, que se vuelva más responsable y consciente el acto del amor, del compartir, del sentirse estimado, importante, a los ojos del otro.

Resumiendo. Salud, dinero y amor, quizá. Volar a ras de suelo, si quieren.

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