No cuenten conmigo

El mundo está dramatizado, quién lo desdramatizará… El mundo, el primer mundo, me refiero, el que tiene menos motivos para el histrionismo y la exageración. Este primer mundo está lleno de actores del método, del Actor´s Studio, seres que se creen los mesías, los enviados de alguna suerte de dios pagano que no solo juega a los dados con el universo, sino que también puede componer obras de arte o entrenar equipos de baloncesto.

 

«Todo o nada» ha sido el lema elegido por la Federación Española de Baloncesto para la Final Four de la LEB Oro anunciando, tal vez queriendo, tal vez sin querer, que permanecer bajo su paraguas en la futura Primera FEB es equivalente a la nada por contraposición a lo que significa pertenecer a la potente ACB. Hay que vender historias, camisetas, entradas, hay que extremar las posiciones, crear rivalidades, convertir en épico cualquier evento deportivo, social y, lo peor de todo, político.

 

Ayer perdimos. No conseguimos el objetivo. Cualquier mensaje moderado sonaba compasivo o blandengue. Defender el trabajo realizado podría parecer un insulto a los aficionados, a los clientes, a todos esos seres que, cuando actuamos como compradores, nos creemos capacitados para decidir los finales de las obras de George R. R. Martin o cómo deberían terminar los partidos de su equipo. El fan ha dejado de esperar meses por una respuesta a una de sus muchas esmeradas cartas remitidas a su ídolo a esperar que rueden cabezas acto seguido de un exabrupto firmado, o anónimo, emitido en una red social.


En la Feria del Libro de Madrid aún se siguen las viejas tradiciones. Los lectores hacen cola esperando la firma de su autor favorito. Pasan calor, se queman la piel, a cambio de dos minutos de conversación y un garabato lo mejor trazado posible. Pero el resultado es el mismo: una presión implícita, imperceptible a primera vista, que coarta la libertad creadora del escritor, quien deja de deberse a su obra y pasa a ser esclavo de su público, un público con cada vez mayores opciones distintas en sus estanterías o dispositivos electrónicos, en el bolsillo de su pantalón.

 

Ha dejado de existir la presunción de virtud y conocimiento que se le otorgaba a quienes ostentaban ciertos cargos y accedían a determinadas posiciones. Entre otras cosas porque muchos arribistas desprestigiaron dichos cargos y dichas posiciones, pero también se han expandido los límites del despotismo no tan ilustrado al haber dado un altavoz a quien antes gruñía en la barra de un bar. Y lo peor es que no todo el mundo tiene la capacidad para filtrar estos comentarios, para abstraerse de su contenido, contextualizar su origen y comprender lo atrevida que es la ignorancia revestida de impunidad.

 

Y esto acaba alterando los modos de ser y de trabajar. El saber hacer acumulado se renueva, no ya bajo el juicio de los silogismos socráticos, sino en presencia de los fusileros de Goya. La renuncia a muchos credos y principios metodológicos obedece a la presión a la que se ven sometidos los que dicen tener mando y conduce a un relativismo que hace que lo bueno y lo malo venga justificado únicamente por un resultado que, de manera perversa, juzga a posteriori la calidad de los procesos. «¿Ganamos? Lo que hicimos estuvo bien. Repitamos. Vaya, repitiendo lo que hicimos y nos llevó a la victoria no hemos ganado, hagamos otra cosa». Y así indefinidamente.

 

En fin, hay que desdramatizar el mundo. Aunque los histriones reciban ovaciones puntualmente y, ganando, se crean por ello los mejores y, por creérselo, los demás los crean los mejores. Y aunque puedan ser, incluso, los mejores, alguien debería recordarles como a los césares victoriosos a la vuelta de sus campañas que ellos también van a morir. Y con ellos los aplausos, las ovaciones, los «ave, Cesar». Pero quedarán los relatos, los eslóganes a través de los cuales los historiadores definirán a toda una generación como la del «todo o nada». No cuenten conmigo.

One Reply to “No cuenten conmigo”

  1. Muy de acuerdo con lo que expresas. Hace tiempo que veo con incredulidad como se pide perdón cuando no se logra lo que alguien estima que es el objetivo. Histrionismo colectivo del que vende sentimientos para ocultar negocio. Y sin embargo no veo el agradecimiento por el éxito que supone tener la posibilidad del logro cuando solo puede quedar uno. Gran temporada Juanjo, mucho mérito y los burgaleses tendrían que estar orgullosos de sus equipos y de su capacidad deportiva si realmente responden sus éxitos (fracasos por no ascender según otros) con su desempeño baloncestístico en la ciudad. Si es así el éxito es rotundo. Y en cualquier caso vuestro trabajo atronador. Enhorabuena y lástima de guinda en el postre. Ch

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