Hacía mucho que no escribía en la noche, pero hoy, en mi calendario personal al menos, es el primer día de la primavera. Atrás quedaron los treinta y un largos días de enero, los veintinueve de este febrero bisiesto, olímpico e interminable. Es la hora de recibir a Perséfone, de abrir nuestros propios pétalos y saludar con el respeto debido al insomnio que antecede al reverdecer del entusiasmo y la vitalidad; las consecuencias lógicas del sol, el calor y el destape.
Solo queda una luz encendida en el vecindario de enfrente, no es época de exámenes y ya es tarde para los botellones en pisos, tal es la fiereza de nuestra policía, la misma que de aquellas sorteábamos pidiendo disculpas monárquicas: «lo siento mucho, no volverá a ocurrir». Pero la sociedad envejece y se marchita a la velocidad del sonido y ya no está para bromas. Hoy mismo leía en un amplio patio vecinal aquello del «prohibido jugar con la pelota»: no es país para niños.
Ni para jóvenes, por supuesto, pero esto ya lo sabíamos. El domingo visitaré a algunos de esos que se ganaron la vida mientras otros nos reíamos de ella. Ahora ellos son los vencedores del juego y reparten sus ganancias en fondos de inversión trabajando muchas menos horas que nosotros, gozando de derechos laborales y sociales, teletrabajando en muchos casos. La suya era una apuesta a medio y largo plazo; la nuestra un depósito a fondo perdido basado en la incertidumbre que habría de presidir nuestro futuro y que no debía suponer un sacrificio de aquel presente.
Aún nos queda la fantasía, la ficción. Nos quedan las bibliotecas y a estas horas aún, que sepamos, tipos como Woody Allen o Joaquín Sabina, que son de todos, también de los que se ganaron la vida, que son ricos como ellos, pero un poco más nuestros, o al menos así lo siento, quizá por simpatía personal o compasión por su parte. De ellos, de su Manhattan y su Madrid, de sus Días de radio y sus 19 días y 500 noches me apropio cada vez que las veo y escucho como quien acaricia a su mascota y siente que solo desea su mano y no ronronearía con el tacto de cualquier otra que le dé de comer.
Abro el tragaluz que apunta al cielo encapotado de Burgos en una nueva noche de estrellas invisibles y un viento gélido que contrae los capilares de la piel y acongoja esta alma despierta que ya ni aspira a dormir unas pocas horas, las suficientes como para descansar y comprender, al «calor» de un nuevo día, cuál es la misión de estas dos piernas pesadas, la línea temporal de este guion imperfecto: de dónde venimos y adónde vamos.
Me sienta bien escribir en la noche, mientras las ciudades de este meridiano duermen, mientras las AI´s callan, pues por ahora dependen de sus dueños y estos descansan o juegan online. Me sienta bien escribir antes de que toquen diana en este cuartel improvisado en el que no necesitamos órdenes y me gustaría que alguien me leyera y me animara a seguir haciéndolo mientras otros, los mejores, se ganan la vida y yo los envidio, pero no mucho. Y escribo sobre ellos.
Me Gusta Tu Escritura
¡muchas gracias, Fernando!
Los mejores? Los mejores cabalgan sobre el sueño
muchas gracias por el comentario. ¡Un saludo!