No siga

No siga, por favor. Deténgase a tiempo, antes de que en esta letra, y sobre este mismo fondo, lea la recomendación de acercarse a una de las escasas salas de cine donde aún es posible ver Paterson. No gaste seis euros –“los seis euros peor invertidos desde hace tiempo”, palabras textuales de la señora de la butaca adyacente– en ver esta producción de Jim Jarmusch desprovista de hazañas épicas o guiños simbolistas posmodernos y en la que, por supuesto, no pasa nada. No pasa nada que no tenga que pasar, matizo, porque en eso consiste esta bonita historia de amor al gesto cotidiano sin importancia, al bar de siempre, a la conversación nada afectada entre vecinos de toda la vida.

Amor a la pareja y a su aliento de recién levantada. A sus costumbres y rarezas, a los planes que la entusiasman –aunque a ti no tanto– e incluso a su perro, porque es suyo, algo que el mismo chucho –porque ser un bulldog inglés no le priva de serlo– te recuerda constantemente con sus gruñidos enfurecidos cada vez que le das un beso. Amor a la pareja que simplemente se olvida de hacerse el amor –aunque la idea de tener gemelos parezca contraindicar esta suerte de pereza– y para la que ir al cine los sábados es un acto de subversión, casi un viaje a la Luna.

Pare. No siga si es usted capaz de afirmar que la ruta del autobús número 23 de Paterson que conduce el protagonista (interpretado de manera magistral por Adam Silver) es siempre la misma por el simple hecho de repetir a diario las mismas paradas. Y lo mismo si no es capaz de apreciar a lo largo de la semana que relata la cinta un cambio en la luz que golpea la cascada y, seguramente por ello, una nueva expresión en el semblante de este poeta que siente tanto aprecio por los versos que están por escribir como vergüenza por los ya redactados. No siga, de verdad, si no encuentra ternura en las confesiones de amor adolescente en boca de adultos que nunca llegaron a serlo, o en el “muro de la fama” que el barman tiene reservado en una de las paredes que, tras la barra de su negocio, lo identifican como orgulloso miembro de la comunidad de Paterson, New Jersey, cuna de grandes artistas.

Bueno, pare solo si lo desea. Pues si ha llegado hasta aquí, quizá quiera comprobar que no hay apenas giros argumentales, clímax o desenlace en dos horas que enmarcan una semana de amor a la poesía, a lo cotidiano y a la página en blanco. Ajam, a la página en blanco que no todo espectador tiene por qué estar dispuesto a escribir. Quizá, después de todo, para disfrutar de Paterson sea necesario estar enamorados y tener alma de poeta. Empiezo a comprender a la señora.

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