Sobre mí

Digamos que todo empezó una de esas tardes en las que el sol se aferra al cénit con una soga invisible y no hay agua suficiente en las fuentes para colmar la sed. Todos los demás niños jugaban, a pesar del calor, trepando por los toboganes o balanceándose en los columpios mientras yo los observaba, sentado en un banco o haciéndome fuerte en un pedazo de terreno, con el doble deseo de poder imitarlos o, al no ser esto posible, de que se cerniera una tormenta de granizo que nos obligara a regresar a casa.

Allí, en la vivienda, junto al fuego del brasero, era donde los otros se perdonaban ser mis amigos. Con los pies ya secos, cubiertos por las faldillas, escuchaban mis historias, muchas de ellas basadas en sus comportamientos durante los juegos de la tarde, aunque disimulados al situarlas en el mundo de los adultos, ese territorio enigmático que ahora, a nuestros veintidiez, observamos de una manera escéptica, cuando no resignada.

Ha habido siempre, en mi escritura, un poso de amargura, unas gotas, puede que residuales, de distanciamiento con la visión impuesta. Cuando los profesores nos leían cuentos en el colegio yo imaginaba otros, manteniendo el hilo de la lectura oficial solo para evitar el escarnio, la pena pública en el caso de que me tocara continuar y no supiera cómo ni por dónde. Cuando todos mis compañeros jugaban al fútbol yo probaba con el baloncesto. Cuando los dictámenes del sentido común y pragmático indicaban la preparación de una oposición empecé a cursar el Máster de Creación Literaria de la Universidad de Salamanca.

En ese curso, que no era el primero que había recibido acerca de la materia, discipliné mi creatividad, esa que siempre fiaba a futuro las ideas que rondaban mi cabeza, hipotecando posibles viajes y otros planes de ocio por unas cuantas horas en la mesa de un café. Finalmente, el trabajo final de aquel Máster ha visto la luz como colección de relatos (Ediciones En Huida, 2018) con el título Hasta que la noche nos alcance, metáfora del fin de fiesta que suponía, en las tardes de verano, la llegada del ocaso, la retirada de las madres, la llamada a la cena desde lo alto de un bloque de edificios. Dos años después llegaría Madrid, Nueva York, Logroño, una obra sita en la frontera entre los veinte y los treinta, cuando la infancia desaparece en el retrovisor y la muerte empieza a asomar en la línea del horizonte, como promesa, o como amenaza, allá cada cual.

Pero hay muchos más proyectos avanzados: un diccionario de términos deportivos, una conversación a dos voces y cuatro manos con Celia Corral, una tesis ya defendida que podría invitarnos a dejar de escribir, o a dejar de preguntarnos, al menos, por qué lo hacemos. También algunos relatos que cosecharon premios en certámenes más o menos relevantes y cuya recopilación podría dar lugar, tal vez, a una digna colección de narrativa breve, género en cuya práctica he invertido a fondo perdido muchas tardes, sentado, observando a mis viejos compañeros trepar por los toboganes del empleo y el amor, balancearse en el columpio de la vida sin caerse, sin pensar siquiera en caerse, cuando yo ni siquiera me atrevo a subir.

Si tras estas líneas desea usted un curriculum más convencional, también (exigencias de los nuevos tiempos) estoy en LinkedIn

JJ Nieto Salamanca