Los restos de la fiesta

Transcurrida una semana desde el encuentro con amigos y lectores en la Librería Letras Corsarias de Salamanca, una suerte de segundo hogar al que acudir cuando te hallas perdido o, mejor aún, cuando lo ves todo demasiado claro (unas cuantas lecturas servirán como gafas de cerca), aún estoy agradecido por la presencia de todos aquellos que desafiaron las condiciones meteorológicas y liberaron sus agendas para acudir a la cita y acompañarme en mi estreno del otro lado del público con la presentación de Hasta que la noche nos alcance.

Y es que no tengo dudas de que se hablará de “aquella primavera del 18”, no por las movilizaciones sociales relacionadas con las pensiones ni por el octavo centenario de la Universidad de Salamanca, sino por la sucesión de tormentas que nos tiene sumidos en un invierno extemporáneo, sombrío y gris. Una de ellas sorprendió de regreso a casa a la poeta Celia Corral, autora de La voz del animal bajo tu piel, quien invocó a las fuerzas de la lluvia con una magnífica presentación en la que extrajo algunos fragmentos del libro que, dice, pueden funcionar como aforismos. Qué suerte tengo.

Una suerte que se extendió al poder contar con familiares, amigos, compañeros de los distintos palos que he ido tocando a lo largo del tiempo. Tengo claro que la primera obra publicada es como el primer partido de la categoría prebenjamín, ese en el que toda la familia, hasta el sexto o séptimo grado de consanguinidad, y todos los amigos acuden en masa, entusiasmados por el estreno. No se me oculta, tampoco, que a cada libro que pueda venir en el futuro se irán cayendo las ramas más débiles, dejando el tronco cada vez más expuesto. Solo los mejores jugadores de categoría junior cuentan con las gradas llenas: el asunto, poco a poco, va aparcando lo sentimental.

Es por eso que, toda vez finalizados los fastos, toca emplear los restos de la fiesta como resorte para empezar de nuevo. Publicar sigue siendo, aunque se rieran de la siguiente afirmación, “un asunto de vanidad” (“he aquí un vanidoso”, dije, y no mentía) con la bendición añadida, y la no menor responsabilidad, de poder entrar en la mente de muchos lectores, en sus dormitorios, salones y cuartos de baño; en sus rutinas previas al sueño, sus siestas y sus… Ahora toca trabajar, el verbo más creativo del mundo. Toca empuñar el boli como un hacha, pulsar las teclas como un oficinista, revisar lo escrito como si fuera el comandante de un Boeing 787 atravesando el Triángulo de las Bermudas. Toca encontrar entre el bullicio ese hueco del bar donde no suena la música, seguir aplicando la máxima que le escuchara un día a Luis Landero de “ante las cosas que observamos, como ante un rey”.

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