DIARIO FRANK SINATRA (IV). Cualquier día de estos.

Hace casi un año, durante una noche de insomnio, sentí que mi cuerpo se desplazaba ajeno a mi voluntad hasta sentarse delante del ordenador con la intención de teclear unas cuantas palabras. Tuve que esperar al día siguiente -al encender el portátil el procesador de textos seguía abierto-, para comprender el contenido. Se trataba de una suerte de diario del mismo Frank Sinatra, uno de mis cantantes favoritos. Esta es la última de una serie de cuatro entradas. 

Primera entrada. Invito a Ava a cenar.

Segunda entrada. Me suicido y no me muero.

Tercera entrada. No supe entender sus palabras.

Un día de estos. Pronto.

Francis Albert Sinatra, 81 años, ha fallecido por causas naturales en su casa de Beverly Hills acompañado de Nancy, su primera esposa; Barbara, la actual; sus hijas Nancy y Tina, su hijo Frank y sus amigos –los que aún siguen vivos, se entiende–. El recuerdo de Ava Gardner en forma de libélula de enormes ojos verdes sobrevoló su cuarto poco antes de que el ilustre cantante expirara. Se rumorea, incluso, que tuvo una última erección pensando en ella y también en Marilyn. Y en Lana, en Mia y en todas aquellas otras de las que no hubiera sido capaz de recordar su nombre en aquel instante.

Vivió a su manera, publicaron varios diarios en un alarde de ingenio. La muerte y Frank se encontraron finalmente como lo hacen dos extraños en la noche, rezó el Editorial del Washington Post firmado por un gilipollas que sorprendentemente conservó su trabajo. Llévame a la Luna contigo fue el eslogan que más gracia le hizo de cuantos leyó desde el cielo en los escasos minutos que tardó San Pedro en enviarlo al infierno por sus infidelidades, contactos con la mafia y negocios turbios.

Allí se encontró con todos sus colegas del Rat Pack; también con Sam Giancana, líder de la mafia neoyorquina, y con Lucky Luciano, el verdadero Padrino al que luego intentarían retratar con escaso acierto, en su opinión, Puzo y Ford Coppola. También con Marilyn, a la que ni siquiera sus intentos por seducir a los amos del paraíso la libraron de terminar purgando su libertina conducta en el tártaro. Y hasta el propio JFK, el adúltero más popular de los Estados Unidos de América, se hallaba allí haciendo un poco de bici estática. A Sinatra le sorprendió verlo recuperado de los balazos pero no de su obsesión por la artista rubia antes mencionada. Sinatra quiso saber, también, dónde se encontraba Ava Gardner. La buscó en todos los bares y salas de fiesta del inframundo, preguntó por ella en todos los teatros y cines, pero no la encontró. La muerte, pensó, debía de haberles traído finalmente la paz.

Poco a poco, como le sucede a la llama a la que le recortan progresivamente el suministro de oxígeno, el entusiasmo del reencuentro con los viejos amigos fue confundiéndose con lo anodino y lo cotidiano –la vida en el infierno no tiene nada de especial– dando lugar a un silencio sobrecogedor. Entonces, sabiéndose nuevamente solo –como en el fondo lo había estado durante toda su vida–, echando de menos aquellas jornadas de grabación y, sobre todo, aquellos directos junto al piano, el finado empezó a entonar las notas del “It was a very good year”.

Ha muerto Frank Sinatra.

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