Un poema de Machado

Son las tres y media de la madrugada de un viernes cuando un mensaje de voz, de remitente desconocido, irrumpe en la bandeja de avisos de tu teléfono móvil. Qué faena, piensas, ahora que estabas a punto de ponerlo en silencio durante las próximas doce horas, las que tenías pensado dormir. Las que te hacen falta, en realidad, pues la semana ha sido dura: lo has dejado por séptima vez con tu pareja, has fracasado en tres entrevistas de trabajo y apenas cuatro personas, muy educadas, han aplaudido el recitado de un poema de Machado, cuya autoría te has arrogado pensando que ello supondría un reconocimiento masivo, un baño de masas destinado a poner en orden tu dañada autoestima.

Cualquier otro día lo dejarías pasar. Es evidente, no existen motivos para pulsar el “play” y escuchar un mensaje que, por las horas a las que ha sido grabado, no va a mejorar tu vida. Seguramente sea alguna broma pesada de esos tipos a los que has dejado en el Paniagua agotando las reservas de cerveza y jugando al futbolín. A lo mejor –no estás seguro– has cometido la imprudencia de dictarle tu número a la chica que lo organiza, la que te ha ofrecido tarta cuando ya enfilabas la puerta del local con la intención de regresar a casa y masturbarte viendo porno casero.

Pero hoy, por ser hoy, dudas. Nada puede ir peor, te repites mientras observas tu rostro en el espejo y compruebas cómo el estrés ha ido erosionando tus facciones: afilando tu nariz y tu mandíbula, consumiendo el espacio que en una cara saludable ocupan unas mejillas hermosas y sonrosadas. Nada puede ir peor, te dices, pero dudas y te preparas un combinado de ron y ginebra como el que aprendiste a elaborar en los veranos en que acudías a la costa a trabajar y pasarlo bien. Después de tomarlo sabrás qué hacer, confías.

Resulta que no, que después de tomarlo solo tienes ganas de salir de nuevo al escenario del Micro Abierto de El Alcaraván y volver a recitar el poema de Machado diciendo que es suyo, a ver si esos tipos del público tienen los cojones de guardar silencio al terminar. Y te gustaría haber dicho que sí a la propuesta de jugar al futbolín y haberles demostrado cuántas partidas echaste mientras debías estar en las aulas de la facultad. Pero ni idea de qué hacer con el mensaje de remitente desconocido, recibido a las tres y media de la madrugada de un viernes mientras, del otro lado de la ventana, no para de nevar.

“Hola”, escuchas antes de pararlo con un gesto automático. Te parece una voz femenina. Esta tía, seguro, barruntas. María, crees que es su nombre, dudas si es Marta. Qué querrá: ¿disculparse por la ignorancia de la gente que acude al evento? No, por qué, si la entrada es libre –niegas con la cabeza. ¿Tal vez pedirte que revises algunos versos que no terminaban de sonar bien? Estaría bueno, ríes a carcajadas en la soledad de tu cuarto, como si no hubiera tenido bastante el poeta con haber muerto en Colliure como un mendigo para que ahora una chica que estudia filología, le enseñe a hacer poesía.

Das vueltas en torno a una baldosa mientras observas su contorno irregular. Escuchas en tu cabeza los últimos compases del canon en Re mayor de Pachelbel, ese que tu ex novia juró escuchar el día en el que os conocisteis y que todavía sigue ignorando, como tantas otras cosas. Eso, claro, hasta que caes mareado sobre el colchón desnudo –habías olvidado hacer la cama– y pulsas sin querer el botón del «play».

Entre vómitos, distorsionada por las últimas notas del Canon y por los dos últimos versos de una composición de Bukowski con cuyo recitado te gusta conciliar el sueño, distingues la voz de tu ex rogándote que no pases temprano a recoger tus cosas, que esta noche ha tenido suerte y ha ligado. Que lo envía desde el teléfono móvil del tipo con el que termina de acostarse porque, palabras textuales, si lo hubiera hecho desde el suyo hubieras ignorado el mensaje. Eso y que espera que no te importe que el chico use tu toalla y se seque los huevos con ella. Bueno, esto último, claro, ya lo añades tú. Y será el primer verso del próximo poema de Machado, el que recitarás, ya lo has decidido, el jueves que viene en el Alcaraván.

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