Still young

En el altillo del Café El Alcaraván el suelo es un enorme damero. Hay mesas circulares y cuadradas, sillas de madera y sillones de mimbre donde a veces me recuesto a escuchar los temas de Billy Joel o el Father and son de Cat Stevens: you´re still young, that´s your fault... Las lámparas también son de mimbre y matizan la luz de las modernas bombillas para que todo quede en una acogedora penumbra que invita a la reflexión serena, a la resignación sublime.

La barra es de madera y dibuja una suerte de triángulo lleno de entrantes y salientes ante el que la geometría euclidiana solo puede callar. Una viga atraviesa la sala y mantiene en pie la estructura. Una máquina de dardos que nunca he visto funcionar guarda reposo en una esquina. En la otra, una vieja caja registradora me recuerda que aún no he pagado el café que sigo tomando sorbo a sorbo, con miedo a que se consuma su última gota.

Según bajas la escalera de ladrillo caravista, ligeramente en curva, sillas de madera se encajan en mesas de mármol soportadas por hierro forjado. Pequeños faroles iluminan una sala de ángulos imposibles, de paralelas que, a buen seguro, convergen en el infinito. El mismo infinito en el que se repiten las formas de los cuadros de Escher que enmarcan el espacio por cuyos pasillos trabajan sin cesar los camareros, vestidos de negro, del luto riguroso que exigen los tiempos; estos, los de antes y los que vendrán.

En el café Alcaraván hay revisteros colgados de las paredes, un órgano con un asiento situado en el frente y que sostiene un par de tableros de ajedrez a los que les faltan piezas –no importa, así es como el abuelo le da ventaja al nieto. También una vitrina en la que se exponen trofeos y diversos objetos en cerámica. Y hay un espejo en cada uno de los laterales de un entrometido pilar, pero nadie se mira en ellos. Tal vez porque la gente que acude a El Alcaraván es ensimismada, amante de las letras y el resto de las artes, más de izquierdas que de derechas, resistentes, conversadores y pese a ello solitarios.

Y es que, aunque sede de tertulias y micros abiertos, de partidas de mus y chocolatadas para estudiantes de español , el Alcaraván es el hogar natural del ser que lee y escribe, del que prepara su tesis o alumbra ideas para un nuevo proyecto de investigación. También del que comparte confidencias, germen de anhelos que se consumen al pronunciarse, y promesas vacías, tan espumosas como la cerveza que sale de los barriles. Pero qué bonito es juntarse en torno a una mesa, mirarse desde el otro lado de un serpenteante hilo de humo y dejar correr el lenguaje con toda su capacidad sugestiva y absorbente. Y que avance el tiempo mientras ahí fuera el frío causa estragos, florecen las rosas y las playas se llenan de bañistas en lo que llega septiembre.

Esta es la principal garantía que me ofrece el Alcaraván ante la incertidumbre de todo lo que queda fuera de su abigarrada geometría: la seguridad de que el tiempo no corre entre sus paredes, de que pasarán los años y seguiremos estremeciéndonos escuchando a Cat Stevens cantar aquello de you´re still young, that´s your fault con un café en la mano, frente a la pantalla de un ordenador o las tapas abiertas de un cuaderno en blanco.

2 Replies to “Still young”

  1. Maravilloso comentario. Comparto esa línea de fuerza, en la mera descripción del lugar, y en todas las emociones que en él se contienen.
    ¡Desde hace cuántos años!
    ¡Salud, música y versos, amigos!
    ¡Larga vida, Alcaraván, «alcaraván»!

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