Dzieki, Mr Zagajewski

Gracias, señor Zagajewski, por su visita a Salamanca, por la aceptación de la invitación que D. Luis Arturo Guichard, excelente poeta mejicano y coordinador del Máster de creación literaria título propio de la USAL le extendió a través de su traductor en España para inaugurar una nueva edición de este módulo. Gracias por su presencia cercana, por la naturalidad en el trato, por recordar, al inicio de forma tácita y durante todo el acto con su forma de estar, que los grandes poetas deben ser humildes, nunca una celebridad.

Gracias porque la tristeza de su poesía abraza, no abruma; clama al pasado sin enterrarlo y, siendo la de todos, es también la de cada uno. Gracias por recordarnos que hay árboles en el jardín que asoma tras el portal de nuestra existencia privada, por ser valiente y animarnos a esperar el momento en el que ni siquiera añoraremos eso (y a esos) que amamos un día. Gracias también por insistir en que la oscuridad es el límite del pintor como el del silencio es el de la música o el vacío el de la escritura para, a continuación, subrayar que sin ellos (oscuridad, silencio, vacío) no habría pintura, música o literatura.

Gracias por extraer del quehacer cotidiano, no aquello que lo permite sobrevivir, sino el alma interna de los pequeños actos. El alma, por ejemplo, de una moneda que se desgasta en el frío intercambio de manos, al que no sobrevive ni siquiera la figura de Lincoln o Washington (O Julio César). El inquietante temor que genera la ciudad cuando la abandona la poesía y puede resumirse en un conjunto de bloques y muros, y peatones –que no seres errantes o transeúntes. La “verde e indiferente perfección” de los árboles.

Y es cierto, el tiempo nos devolverá memoria, “dorada por las llamas y negra por las ascuas” –al menos memoria, por favor. Memoria de los pasajes homéricos, de los cuadros de Rembrandt, las notas del Ave Maria de Schubert y otros referentes culturales compartidos, pero también de recuerdos que nos anclan aún más a nuestra condición de humanos y nos conminan a mirar al otro con la inherente complicidad de quien ha tenido una madre (y la ha enterrado), de quien ha entonado canciones infantiles sobre los charcos que se forman en los días de otoño esperando la primavera y sus tilos en flor.

Gracias, señor Zagajewski, por traer al primer plano de nuestra agitada existencia las virtudes del discurso poético, más necesario aún en medio de esta orgía de sonidos en la que se funden argumentos puramente retóricos, interesados y estéticamente feos; oraciones, si acaso, sintácticamente correctas que no dejan lugar al silencio con el que sus palabras, paradójicamente, nos envuelven en un abrazo común, triste y doloroso, que tanto reconforta.

Deja un comentario