Siempre son las cuatro y diez

Un día más no es siempre un día menos, pensaba para mí ante el mensaje de buenas noches que una amiga me repite a diario. Ayer quedaban siete y hoy veintiuno, y los que puedan venir. El ciudadano con DNI *******1-H cumplirá a rajatabla sus obligaciones en la medida en que su contagio podría derivar en otros, y estos en otros, y estos en el colapso del sistema, y estos en una pérdida masiva de población, principalmente anciana, pero no puede estar feliz ni escribir mensajes optimistas por la imposición de quienes dominan las esferas del discurso, esa masa presuntamente inocente de estómagos agradecidos, cuidadores del negocio futuro, o de lo que quede de él, que pone su esperanza en este nuevo dios que es la ciencia, ante el que yo también me postro, claro, nací por cesárea, pero en cuyo altar deposito raciones limitadas de fe.

El ciudadano *******1-H da las gracias por haber nacido y vivir, circunstancialmente, en un estado con una sanidad pública y una cierta protección social, hace lo que se le ordena porque siempre fue un jugador disciplinado, la ironía siempre fue por dentro. Desoye, por este motivo, las voces de los expertos que se pronuncian sobre el final de la crisis, que son los mismos que explican por qué no fueron capaces de predecirla, cuando esa era su puta misión, por difícil que sea, y aunque todos los países hayan resultado más o menos goleados de la misma manera.

No me interesan las grandes cifras, el modo en el que se restaurarán las viejas estructuras (no me seáis pipiolos), la revisión de la epístola de San Pablo a los romanos hecha por nuestro presidente: la iglesia, el estado, como un organismo vivo en el que todos los miembros interaccionan. Acepto el gregarismo como única vía de salida para la crisis, pero, lo reconozco, no participo del ritual comunitario diario. Las masas reunidas que un día aplauden a los sanitarios, otro cualquiera, más adelante, asisten a sacrificios humanos o animales. O se organizan en hordas maniqueas y sectarias. Temo no poder distinguirme de la masa cuando llegue ese día. Y abrazaría a cada uno de los sanitarios, ahora mismo, si no supiera que con ello puedo movilizar la enfermedad, la muerte y la desesperación. Y aun así lo haría, como mero acto de rebeldía. Y luego me aislaría, claro.

De ahí que entre otras muchas actividades, me pase las horas entregado a la vocación de derrota que supone pasarse las horas hablándole a nadie, como cita Alejandro Zambra en su obra Tema libre, de agradable lectura. Como creo que también hacía Aute, aunque ahora que está muerto lo escuchemos todos, incluso más que antes, para explicarnos el absurdo y el modo en el que el afán cotidiano, las clases de francés, un triste inspector o el regreso al almacén, pueden truncar el amor, la vida, todo. El reloj de nuestras vidas se ha detenido, date prisa, que ya son las cuatro y diez. Siempre son las cuatro y diez.

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