Se adjunta sentido pésame

A todas las no escritoras (y a los no escritores, por extensión y analogía) mi más sincera enhorabuena en este que, como el resto de días del calendario, tampoco es el suyo. Tengo numerosos motivos para envidiarlas (y envidiarlos). Numerosos y seguramente intrascendentes. Numerosos, determinante indefinido masculino (ya lo siento) plural que me dejaría satisfecho como “no escritora” (o no escritor) pero que como tallerista (o tallerista) ocasional, asistente a coloquios y tertulias literarias, egocéntrico –o egocéntrica (vale, ya paro)– y vanidoso participante de “micros abiertos”, egresado de un máster de escritura, aspirante a juntaletras amateur, a escritor publicado que desea atraer miradas durante la presentación de un hipotético libro, procedo a desentrañar.

Querida –y seguramente feliz– no escritora, qué gusto debe de proporcionar leer una novela tratando de situarse en la atmósfera que esta dibuja, sin querer encontrar en los adjetivos una cadencia particular, un significado metafórico concreto. Empatizar con el personaje, tratando de encontrar en su vida cotidiana alguien al que se le parezca por su forma de caminar, de relacionarse o conversar y no un desarrollo concreto o el esqueleto en el que se ha basado el autor para su construcción. Qué gusto perderse todas las referencias intertextuales (y no sufrir por ello), los eruditos homenajes de este a aquel otro escritor que a su vez había homenajeado a Homero o el Gilgamesh. Qué placer enredarse en la trama sin conocer el alfa y omega de la telaraña, la escaleta que hay detrás de esa sucesión de escenas a las que la no escritoras conceden el don de la continuidad. Qué delicia leer sin juzgar el desempeño del orfebre, sin pensar que eso lo podría haber escrito uno de no haber tenido tantas obligaciones laborales o familiares o, peor, sin creer que tal o cual tipa tiene un don divino y heredado que convierte en inútil cualquier esfuerzo de escritura.

Enhorabuena mi envidiada no escritora por escuchar Planeta y pensar en este recipiente en el que estamos de paso, y que se está volviendo anecúmene. Ese que visto desde el cielo debería llamarse Agua pero que, por ser los hombres, y no los peces, la especie dominante, vino a llamarse Tierra. Por no tener que estar buscando Montánchez en el Google Maps por si acaso tiene que ir a recoger el premio en el que participó hace siete meses y del que aún no ha tenido noticias. En fin, mis felicitaciones por vivir al margen del abismo al que se somete toda literata al dejar el fruto de sus entrañas, la traducción más perfecta de su pensamiento, en esa guardería para manuscritos que puede adquirir la forma de una editorial, un jurado o su propia pareja.

No sabe cuánto celebro, estimada no escritora, que se deje enamorar por la música de un buen poema sin detenerse en sus acentos o rima, en anáforas o calambures. Y que no discuta con su mejor amiga sobre si es o no poesía ese relato en verso, ese poema narrativo. Que no se sienta obligada a opinar de todo, como hacen tantos escritores, igualmente doctos en Derecho constitucional que en Geopolítica o Medicina. Que vote y no tengamos por qué saber el contenido de su papeleta. Que vomite en el baño y no en la columna de un periódico.

Mis humildes felicitaciones. También para las mujeres escritoras, a las que la Biblioteca Nacional de España, la Federación Española de Mujeres Directivas y la Asociación Clásicas y Modernas reservaron el 16 de octubre para conmemorar su día. En fichero adjunto, solo para estas últimas, mi más sentido pésame.

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