Propósitos de nuevo mes

Una conversación al día, un duelo a espada entre dos memorias que se preocupan de su salud tanto como él del nudo de su corbata y ella del color del pintalabios; que pelean por llegar primero a la barra del bar y pagar los cafés. Saben que la invitación es una promesa de futuros aromas, un billete de ida –sin vuelta cerrada– hacia nuevos mundos a lomos de las palabras; las emitidas, las sugeridas, las olvidadas. En ocasiones, “llegar lejos en la vida» no es más que alcanzar el café de la esquina y regresar dando tumbos, inevitablemente magullado por los ataques de una inteligencia superior, de una memoria mejor entrenada; de unos ojos que te desnudan sin quitarte la ropa.

Una nueva palabra al día, cuyo significado conduzca a la búsqueda de muchas otras, al interés por su origen y a la obsesiva persecución del destino al que se aboca la última rama de la última rama que partió de su tronco. Y al lógico desaliento del que tendrá que hacer noche sumido en la ignorancia, sin que se oiga aún ladrar a los perros.

Una visita de un ser querido al día, aunque ya bañaran sus cuerpos en el río Leteo. Un ejercicio de sinestesia que comprenda olores, texturas y, de nuevo, palabras. Un alarde de imaginación que nos inunde el alma, vacía en su ausencia, que nos recuerde que hemos de recordar y para el que necesitaremos, ante la parálisis de los grandes músculos del cuerpo –que olvidaron la mecánica del abrazo–, de las yemas de los dedos, del teclado y la escritura, el invento que más años ha prolongado la esperanza de vida, no tanto retardando su final como estirando su recorrido. Decía Cortázar algo así como: ¿Se puede pensar un cuarto de hora en un minuto y medio?

Apagar la alarma que ha de recordarnos que debemos recordar que tenemos previsto prever un acontecimiento concreto para una fecha próxima, a recordar una vez llegado el día a través de otra alarma programada para recordar una nueva alarma. Esto también una vez al día. Y con esto me refiero a retirarle la confianza a los nuevos soportes, a recuperar todo lo que abandonamos el día en que delegamos en otros tareas tan importantes como la educación de los hijos, la lectura o el cultivo de una memoria compartida llamada a conectarnos de un modo más íntimo con el otro. No apuntar nada y prestar atención, en definitiva, en vez de desatender tantas y tantas tareas, que es justo lo que hacemos cuando nos dedicamos a tantas disputas estériles, ya nos procuren un salario o mero entretenimiento.

En fin, estos son mis propósitos para llegar a fin de mes, no del meticuloso modo en el que solemos hacerlo; con las calorías, las lavadoras y los esfuerzos medidos, sino con el espíritu saludable, el tiempo recobrado y la memoria, la persistente aunque malherida memoria, sanada.

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