Por la tarde fui al crossfit

Esta tarde gocé del privilegio de pasear despacio, detenerme en una librería, volver al café en el que despedí la vida anterior a la pandemia, no muy distinta de esta, por cierto. Con el entrenamiento suspendido me he encontrado con dos horas con las que no contaba, un evento extraño que me ha posibilitado pensar, por primera vez en mucho tiempo, en todo lo que está sucediendo, algo que descubro antes al ir a llenar el depósito que escuchando las noticias, entre otras cosas porque he tenido que renunciar a la actualidad: es inútil alcanzar un compromiso serio con la última hora que no sea parcial o aproximado, lo que me conduciría a una falsa apariencia de conocimiento de la que no quiero presumir (o abochornarme).

 

No tengan muy en cuenta, por tanto, mi opinión, pero el mundo me recuerda al niño que tropieza porque su cabeza pesa más que el resto de su cuerpo, que cae de bruces sin saber cómo frenar o poner las manos. El progreso explica todo lo que sucede sin ser capaz de justificarse a sí mismo más que por la vía de los hechos. Y es que es dudoso que el destino hacia el que avanzamos inexorablemente como subespecie sea mejor que el punto de partida, entre otras cosas porque nos estamos saltando etapas importantes, especialmente el filtro ético alrededor de nuestras decisiones y sus consecuencias, también la capacidad de asimilación y aprendizaje de este niño cabezón que avanza a gatas en temas de igualdad, justicia o cohesión social y que, sin embargo, sabe cómo arruinarnos en el Monopoly.

 

Les cuento mi secreto para soportar estos cambios, esta crisis continua en la que nos hemos visto inmersos, en la medida en que cada crisis es madre e hija ─explica y se explica─ de la siguiente y de la anterior. Ahora escucho Radio 3 y a través de sus programas descubro nuevos grupos y escucho a los de siempre en una mezcla entre presente y pasado que me resulta muy saludable. Veo snooker, el sonido de las bolas golpeando otras bolas me resulta más armónico que el de las bolas de unos cuantos autócratas, plutócratas y oligarcas, visibles o invisibles, golpeando nuestros glúteos mientras nos sodomizan. Escucho Radio 3 y snooker porque no hay debates en torno a ellos, porque son productos de nicho, lamento emplear esta terminología: no cuentan con un seguimiento masivo y por ello pueden seguir siendo lo que quieran ser, sin obedecer, al menos no de un modo sumiso, las indicaciones de los expertos en marketing.

 

Frecuento los cafés porque el ruido es uniforme, nadie sigue a nadie. Todo es relevante y fútil a la vez. Los de Valladolid pueden ser vulgares y finos al mismo tiempo; el debate, en todo caso, se extingue con el último sorbo. Suena el Resistiré, pero no como himno, sino como música de fondo. En ellos alcanzo una tranquilidad de la que no dispongo en el resto de lugares, en cualquier otro me hubiera levantado a reclamar los veinte euros que me timó hace dos años el tipo que ha entrado a cambiar cinco euros para invertir en la tragaperras.

 

Repasemos: Radio 3, snooker y café en los cafés. Y ojalá cine en los cines, pero mentiría si dijera que acudo cada semana a las salas: he sucumbido a la pereza. Esto y continuos recordatorios de que somos muertos de vacaciones, lo que me conduce a una equidistancia y un no posicionamiento no vocacional, lo prometo, fruto del escepticismo y la aceptación de la propia ignorancia, así como de la existencia de numerosos matices que nunca llegaré a comprender. También porque cada opinión que no duda de sí misma nos aleja del que debería ser el verdadero destino del hombre en cuanto que ser cultural, subespecie efectivamente evolucionada respecto a sus parientes cercanos, los simios: la búsqueda y la contemplación de la belleza (y la bondad también lo es).

 

De ahí que no pueda ser categórico en lo de Ucrania, aunque mi adolescente idealista se rebele contra lo que cree una agresión injustificada y, desde luego, evalúe como absurdo cualquier tipo de violencia, especialmente después de que inventáramos los juegos de naipes, el fútbol o los duelos a vida o muerte entre los hombres de honor, una tradición que tuvo gran tradición en la rusia zarista y que habría que restaurar para limitar los daños de esta guerra y reducirlos a aquellas personas que no escuchan Radio 3, que no tienen pinta de ver snooker y que cambian el café por el vodka cada vez que pueden. Pero también os digo, en honor a la verdad, el día que Rusia declaró la guerra a Ucrania por la tarde fui al Crossfit (en realidad no), como Kafka a la piscina (tengo dudas) la tarde en la que Alemania le declaró la guerra a Rusia al comienzo de la I Guerra Mundial, la guerra más sangrienta de la historia de nuestra subespecie, la misma que inventó el snooker y Radio 3. Y no, me niego, chico de la sudadera de la mesa de al lado, experto en Geopolítica e Historia, esto es lo único que sé: la culpa no es nuestra. Faltaría más.

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