Otra modesta proposición…

… O la actualización de la propuesta de Swift a los tiempos actuales.

Es objeto de melancolía para aquellos que caminan por esta gran ciudad... Así comienza el mejor ensayo irónico que ha tocado mis manos: Una modesta proposición para evitar que los niños de la gente pobre de Irlanda se conviertan en una carga para sus padres o para el país, y para hacer que sean de provecho para el público. En este ya célebre texto, Jonathan Swift propone solucionar el problema de la superpoblación, y sus derivadas de pobreza, hambruna e insalubridad, convirtiendo a los niños irlandeses del siglo XVIII en la base de la dieta alimentaria de sus padres destacando lo tierno de su carne y lo nutritivo de sus componentes en comparación con la basta y dura corteza de los venados.

Pues bien, he de reconocer que estuve tentado de traer los bienintencionados argumentos de Swift a la realidad de nuestro país, pero habida cuenta del mal carácter de vascos y castellanos, los costes de procesar la carne catalana y lo grasa que es, en general, la chicha de los niños españoles desde que copiamos el modelo norteamericano de alimentación, llegué a la conclusión de que lo mejor es que sigamos devorando ganado estabulado relleno de piensos compuestos fabricados con cereales que crecen rápidamente gracias al aporte de numerosos abonos químicos cuyo empleo abusivo acabará por esterilizar numerosas tierras agrícolas e incrementar, en conjunción con las emisiones de CO2, la temperatura del planeta hasta el punto de que la franja habitable del mismo quedará reducida, hacia 2050, a un par de grados de latitud norte en la que tendremos que convivir ocho mil millones de personas si China sigue aplicando de manera tan relajada la política del hijo único. Créanme, sin desdeñar la carne de los menores de catorce años, la hamburguesa del McDonald´s sabe mucho mejor.

Es más, en contra del modelo de Swift, por bienintencionadas, repito, que fueran sus intenciones, el exgeneral bosniocroata Praljak nos enseñó un camino mucho más barato para ajustar la población mundial al estrecho cordón de tierra que dentro de tres décadas dispondrá de agua potable y que los hambrientos historiadores del futuro conocerán como Decreciente fértil. Lo único que tengo que reprocharle al heroico exgeneral es que él, un ejemplo de virtuosismo, tuviera que sacrificarse antes de culminar su misión. Él, un hombre con sus valores, un adelantado a su tiempo que supo anticipar el cambio climático y que, actuando en favor del bienestar de las generaciones venideras, aniquiló a tantos productores de semen en el pasado.

Qué injusta su muerte y qué desesperanzadora la vida de todos aquellos que la prolongan artificialmente tomando paracetamol, y no cianuro, para curar sus resfriados escuchando las palabras de los médicos, principales representantes del eje del mal del posibilismo. Qué paradójico morir así tras sobrevivir a las garras de esos tribunales que abarrotan, con sus sentencias antihumanitarias, los oasis penitenciarios de criminales menores, dejando en la calle, asfixiados por la pobreza y la miseria que la invaden, a los verdaderos benefactores de este mundo: los políticos incompetentes y corruptos; una de las mayores fuentes de suicidio en las sociedades acomodadas por la desesperanza que siembran con sus actuaciones en una población incapaz de entender la grandeza de su obra.

Así pues, no puedo más que valorar como ingeniosa y ajustada a los tiempos la propuesta del señor Swift –al fin y al cabo en la Irlanda del XVIII solo sobraba medio millón de niños, como bien indica en sus cálculos. Sin embargo, su proposición dejaría de ser modesta y se convertiría en bufa o desconsiderada traída a la actualidad. La de un mundo con los valores morales invertidos, que celebra que los misiles norcoreanos terminen en el mar o llora cada vez que Jack Dawson muere congelado en las aguas del Atlántico norte sellando así el final de su amor con Rose (y de una más que probable familia numerosa). No tengo ninguna duda de que, importado su talento desde aquel edén dieciochesco a este corazón de las tinieblas contemporáneo, también Swift exigiría mejor puntería a Kim Jong-un y trataría de convencer con su elegante prosa a Bill Gates, Mark Zuckerberg y demás filántropos para que abandonasen sus proyectos de búsqueda de la inmortalidad y apostasen por el desarrollo masivo de enormes icebergs.

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