El cine fuera del cine

A la salida del cine dos niños corren empujándose por el hombro con el firme deseo de llegar antes a la altura de una farola. Unos metros detrás, su hermano, presunto juez de la competición, pasea ajeno al resultado de la carrera con la vista clavada en la pantalla de su teléfono móvil, moviendo con nerviosismo los pulgares. Mientras tanto, la madre, acompañada de una amiga, se pregunta en voz alta y esbozando una sonrisa cuál de los tres le ha salido más idiota y piensa, sin querer, en una confesión que mantuvo en secreto cuando era joven, algo de lo que ahora se arrepiente. Un suspiro la delata.

A la salida del cine dos jóvenes se lamentan por haber vuelto a fallar la misma pregunta del Trivial: “Es verdad (qué tontos), la piel también es un órgano”. Del otro lado de la partida, en una habitación cerrada, uno de sus colegas celebra el error y su consiguiente victoria abriendo una lata de cerveza. “Un triunfo merecido que llena de luz una triste jornada de resaca y me permite olvidar la horrible noche de ayer”. Así comienza la entrada de su diario en Twitter. Acompaña fotograma en calzoncillos.

A la salida del cine una pareja echa cuentas. “El 21 tiene que ser viernes porque el 14 también lo es, y el 14 celebra Laura su cumpleaños. Laura debe de cumplir 28, porque su hermana, que es de la misma edad que tú, hizo 25 en septiembre y tiene dos menos que Claudio. Por cierto, ¿qué ha sido de él? ¿Ya no está con Almudena?” La pareja avanza alegre por la acera, unidos por unas manos que juntas no envejecen e ignorando que el 22 será viernes, algo que no debe de ser tan importante.

A la salida del cine un grupo de amigas planifica la preparación de un examen de instituto. Una leerá dos textos y dejará otros dos, otra lleva solo la mitad del temario estudiado y tendrá que madrugar para repasar. Juntas repiten definiciones aproximadas de “república”, “demagogia”, “aristocracia”,… Diseccionan a Platón con la sangre fría de un cirujano y, como nos sucedía a la mayoría cuando transitábamos la primavera de nuestras vidas, no entienden nada.

A la salida del cine un hombre observa a los espectadores que abandonan las salas y se pregunta si el aturdimiento que reflejan sus cráneos se debe al volumen del sonido o a la profundidad de la historia y la complejidad de los personajes. Tras sus gafas de sol, en plena noche, intenta escuchar alguna conversación entusiasta sobre el guión o los protagonistas; tal vez una comparación pedante con una película en blanco y negro a la que les recuerde vagamente y que inicie, como todo buen macguffin, un relato autobiográfico de tintes narcisistas: “Era una jornada gris de diciembre y acababa de estrenar mi chaqueta de cuero cuando…”. Pero alcanza la conclusión, triste a su juicio, de que la película solo había sido una excusa para verse, y el cine un simple punto geográfico de reunión que suple la ausencia de coordenadas físicas de la última serie de éxito, de la que los amantes, los amigos y los compañeros de trabajo no pueden hablar por llegar cada uno a un capítulo distinto.

No especialmente contento, pero tampoco decepcionado, aúna fuerzas para poder trepar por la pared del edificio. En el intento no consigue evitar restregar sus genitales contra el pecho del Capitán América, con quien se disculpa, al igual que hace con el pasajero del Orient Express al que ha ensuciado sus lustrosos zapatos. Y finalmente alcanza y recoge la cámara que había situado en una cornisa, al abrigo de la lluvia y el viento, con el objeto de captar ese instante en el que se acaba una película y empieza otra. Menos divertida, tal vez, pero, definitivamente, mucho más nuestra.

*Imagen del archivo de la cadena Ser.

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