Noches de micro

Cuando pienso en los viejos amigos que, en el fondo

del mar de la memoria, me ofrecieron un día

la extraña sensación de no sentirme solo

y la complicidad de una franca sonrisa…

(Estrofa de: Cuando pienso en los viejos amigos, poema de Luis Alberto de Cuenca)

Cada poco tiempo encuentro la excusa perfecta para mencionar Días de radio, la película en la que, en clave autobiográfica, Woody Allen nos retrotrae a los tiempos en los que un receptor de señal equivalía a un universo. Esta cinta, como gran parte de su filmografía, es esencialmente nostálgica. Allen nos recuerda cada poco el leitmotiv de su viaje: no le gusta el mundo, pero está dispuesto a exprimirlo.

En la carta del Café Bretón de Logroño, un verso del poeta Roberto Iglesias alerta del peligro de los retornos, de mover en sentido inverso las agujas del reloj haciendo que las noches antecedan a los días en la búsqueda de aquello que nunca jamás sucedió. Tal vez una primera y floreciente amanecida en la que dos desconocidos se abrazan como si hubieran encontrado, de repente, el sentido de la vida. Y no acudiré nunca a la feroz llamada de la nostalgia, nos dice, invitándonos a ello con una pícara sonrisa.

Dos circunstancias vitales me sacaron de las sombras hace unos años, más allá de mi pasión por el baloncesto: inscribirme en un máster de creación literaria y acudir cada jueves al Micro Abierto de El Alcaraván. Olvidarme de la presión de tener éxito social, de prosperar y recorrer hito a hito el itinerario preestablecido, me ayudó a liberar, en el marco de aquellas reuniones de amigos, mi yo más íntimo y personal. Cito a menudo a Hemingway, pero no solo por la alta frecuencia es esto más verdad: nunca fui tan pobre y tan feliz.

Pues bien, guiado como una flecha por la nostalgia, que no cegado por el vano intento de restituir lo bien amortizado; movido por el deseo de reencontrarme con los viejos amigos, hayan pactado o no con terribles mujeres, y en la compañía de Arturo Aversente, el buen calabrés, esta noche nos citaremos de nuevo en los sillones de mimbre del altillo del Café Alcaraván, sostén de una imaginación que en tiempos de clausura para el cuerpo se alza por encima de los muros, traspasa las paredes y nos devuelve el poder de los abrazos.

Aquellos días de radio, aquellas noches de micro…

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