La del pirata cojo

Si soy yo el héroe de mi propia vida o si otro cualquiera me reemplazará, lo dirán estas páginas.

(Charles Dickens. Inicio de la novela David Copperfield)

El calendario avanza lento, pero avanza. Vamos tachando planes y felicitando cumpleaños por videoconferencia. La primavera se desarrollará, en términos biológicos, con la normalidad que determine la meteorología, pero, con sus pintores recogidos en las cuevas, deberá renunciar al esplendor que le concedía nuestra mirada. Las flores crecerán y se marchitarán sin propósito, ya no serán juegos de niños, parte del cortejo, regalos de Sant Jordi o el Día de la madre. Cantarán los pájaros, ellos no cesan, en los entierros de quienes mueren a diario en soledad. Sobrarán los motivos para vestir de negro.

Al otro lado de la curva nos esperan buscavidas, salteadores de caminos virtuales, especuladores sin escrúpulos. De regreso al estado de naturaleza nos daremos cuenta de la inutilidad de los sofisticados instrumentos tecnológicos que nos han facilitado la vida debilitando a cada click nuestro íntimo instinto de supervivencia, ese que ahora manifestamos quedándonos dócilmente en casa, porque es lo mejor que podemos hacer, y rezando a un estado endeudado para que nos rescate cuando, superada la cumbre de la montaña, nos dirijamos sin freno al más sombrío de los valles.

Lamento no poder sumarme a los mensajes optimistas, los únicos que la censura, sofisticada e invisible ella también, permite en estos tiempos de retiro espiritual forzoso (junto al marketing medidamente altruista de numerosas marcas). Alabo al personal que sigue a pie de obra, salvando vidas y exponiendo la suya, ellos son los héroes de nuestro tiempo, aunque me sienta ridículo al salir al balcón a aplaudirles en pijama. Seguramente podría estar haciendo algo, algo más que permanecer en casa, me refiero, construyendo mascarillas, llevando la compra a algún anciano, escribiendo cuentos para niños, aunque ellos tienen la suerte de ser pequeños y tener intacta la imaginación: su casa puede ser lo que les dé la gana.

Lo siento pero solo puedo pensar en el día 1 a.c.v. (“after”, por favor, no iba a escribir “después”), cuando a muchos profesionales de lo banal se nos diga que en tiempos de posguerra nuestras habilidades sobran. Por este motivo insto a leer a Dickens, Cervantes, Shakespeare, a buscar en sus personajes protagonistas y secundarios esa picardía necesaria para sobrevivir entre las ruinas. También a Hemingway, Fitzgerald y Dos Passos, para averiguar cómo pudieron florecer entre las pocas granadas que no explotaron, en una Europa plagada de trincheras, campo abonado para el mayor de los horrores. Los felices años 20 los llamaron. Espero que esta vez no se nos ocurra prologar la tragedia de un modo tan irónico.

Reconozco que la sanidad pública universal y sus profesionales están evitando cifras aún más dramáticas, que el pacto social, la renuncia al ejercicio de la fuerza y el reconocimiento de la voz autorizada de nuestro gobierno nos permitirán contener la expansión del contagio, limitar la duración del arresto domiciliario, pero aun así repaso personajes, profesiones, posibles salidas a una crisis, métodos ingeniosos de supervivencia, legales o ilegales. Ya he visto morir a demasiados superhéroes. Ya he sido huérfano.

Tocará, no porque no nos excite el oficio, partir de viaje, vivir otras vidas, probar otros nombres. Colarse en el traje y la piel de todos los hombres que nunca seremos… O tal vez sí.

One Reply to “La del pirata cojo”

  1. «profesionales de lo banal» Creo que te subestimas, Juanjo. Algo hay en nuestra psique, que no se bien qué es, que hace que a los amantes del espectáculo se les caigan las lágrimas recordando los buenos momentos.

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