Escalas para una crisis

Babel no es una película para estos días. Os lo advierto para que no os ocurra lo que a mí. Para lo que no le deis al “play” y os sumerjáis en un universo tan bien narrado que no desperdicia nada de su pesimismo y componente dramático en las dos horas y cuarto que dura el camino. No hay polvo interestelar actuando como cemento entre las cuatro historias que se cruzan, y que al cruzarse definen la angustia de un mundo que se ha globalizado antes de crear un idioma universal de valores y afectos. No hay respiro en esta cinta de Iñárritu, no hay paz ni sueño para los que necesitamos restarle horas a esta cuarentena, a este pequeño drama carcelario, a este punto de inflexión de la historia en el que hemos sido llamados a actuar como figurantes.

La casa de enfrente es una fiesta. Sus ochenta metros cuadrados equivalen a la superficie del Brasil. O así me los imagino, viendo a dos niños, casi bebés, yendo de acá para allá en una suerte de misión de audaces. Su madre los acompaña en el aplauso que la comunidad brinda a los trabajadores sanitarios cada tarde a las ocho. Ellos no entienden nada. Me gustaría decirles que yo tampoco, como me gustaría aplaudir, sin más, olvidándome del verdadero sentido o utilidad del sonido de mis palmas. Y volver a rezar, tal vez, esta noche. Cuatro esquinitas tiene mi cama…

Si me dieran a elegir un único deseo para estos días que se avecinan, para esta cuenta atrás incierta, querría una escalera secreta directamente conectada con el Rick´s Cafe Americain. Y no porque allí se juegue –no cuento esta pasión entre mis vicios–, o se repartan salvoconductos, sino por encontrar allí una mesa y un tipo cómplice al piano que sepa que toda prohibición deja de serlo cuando una mujer rubia, o morena, regresa de pronto y pide esa canción. Ya saben, as time goes by… Casablanca.

Casablanca, siempre, y para los más intrépidos Doctor Zhivago, quien en Varykino practicó por igual el amor a las mujeres y a la poesía y el arte de la huida. En estos tiempos difíciles, no sobran, desde luego, médicos ni poetas. Los primeros para curarnos la neumonía, salvar al mayor número posible de enfermos o encontrar una vacuna; los segundos para permitirnos volar a través de sus versos ahora que la calle es un lienzo que no podemos tocar. Por eso recomiendo esta película de David Lean que, al ritmo de la balalaika (y de la hermosa bso de Maurice Jarre), a través de los ojos de Julie Christie y el reflejo de la nieve de la provincia de Soria, introduce a los personajes, sus modestas biografías, en la gran rueda de la historia, con sus grandes batallas y sus profundos dilemas morales. Y ahí Yuri, un hombre golpeado desde niño por la tragedia, lo tiene claro: hará lo necesario. Desde una libertad que no cesa, sino que se alimenta, en el cumplimiento del deber.

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