Más nuestros que nunca

No tengo ninguna certeza al respecto de lo que voy a decir. Entre otras cosas porque tengo un acceso limitado a lo que está sucediendo. Doblemente limitado, añadiría, pues al oligopolio natural de los discursos (la originalidad representa costes inasumibles) se añade mi actual confinamiento, un confinamiento que empezó siendo físico, únicamente geográfico, pero que empieza a afectar también a mis mecanismos de obtención y filtrado de la información, a los que solía venir bien el encuentro intersectorial, el intercambio anónimo de efluvios y comentarios sin importancia; verse sometido, de vez en cuando, a las implacables leyes de la calle.

Tampoco tengo claro qué se podía esperar, si el drama había de inspirar comportamientos altruistas y rescatar de las profundidades la bondad natural del ser humano o, por el contrario, reforzar los sistemas aprendidos, basados en la supervivencia del individuo, no de la especie. Dudo que dos o tres meses puedan tener tanto peso en las biografías y mentalidades de los ciudadanos, en su propia educación moral: la primavera duró lo que tarda en llegar el verano.

Lo que iba a decir, no me entretengo, es que este tiempo de recogimiento ha servido más para reforzar posturas e ideas que para aventurarse en las doctrinas ajenas. Los únicos experimentos que los seres humanos hemos hecho en este tiempo de hibernación han sido culinarios, una de las expresiones de ocio doméstico más liberadoras. Por lo demás, la mayor parte de nosotros ha optado por consolidar los cimientos y apuntalar los tejados de su propio edificio, cayendo ora en la autocomplacencia ora en el desprecio del discurso ajeno.

Es la política la que abandera y lidera esta atomización de las sociedades, pero es solo su parte más visible. El temor a lo desconocido, el miedo al otro y lo distinto, reforzado subliminalmente por las propias características de la amenaza, ha determinado también la elección y el orden de las lecturas de cuarentena, la distribución del tiempo dedicado a cada labor, los enlaces en los que finalmente hacer clic y el tipo de recorrido por cada uno de esos textos o imágenes. Frente a la territorialidad manifiesta del virus, a pesar de no conocer fronteras, sus consecuencias van a ser principalmente sectoriales o grupales.  

Tal vez por eso llevamos dos meses hablando en términos colectivos, reuniéndonos con nuestros compañeros de profesión, saliendo a la calle a la vez que determinadas cohortes de edad, ejerciendo presión de manera sectorial en cuanto que empresarios, trabajadores, padres, jóvenes… Unos necesitan abrir sus negocios, otros ingresos; unos escuelas abiertas que custodien a sus hijos y otros, otros simplemente ser jóvenes.

Ni siquiera los clanes familiares, tal vez sí los dramas, aunque con un efecto poco duradero, han podido acercar posturas opuestas. La pertenencia a una u otra generación, el género, el estado civil, la paternidad/maternidad, la profesión y, por supuesto, la ideología, seguirán definiéndonos y separándonos a pesar de los loables intentos conciliadores de la amistad, en el ámbito privado, y de la ley y la solidaridad en el público.

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