Sospecho que sospechan

Quizá sea este uno de los principales legados que recibí de mi abuela y mi madre: nunca he sido capaz de abordar a nadie desde el prejuicio y la sospecha. Supongo que en esta visión de la vida, y de las personas, contribuye el hecho de haber permanecido al margen del crimen organizado, de las bandas callejeras, de la violencia en los estadios… Si he dado con individuos con antecedentes penales o acusados de conductas ilícitas ha sido siempre aislados del elemento colectivo que las alienta y encubre. Cuestiones psiquiátricas al margen, no creo que el daño se pueda infligir en solitario, por una razón íntima, siempre que no se trate de una venganza, algo que entiendo aunque no justifico. También ayuda que no tengo hijos, que la maleta es ligera y que tengo tan poco que ganar como que perder.

Pero el raro soy yo, no lo duden. No han bastado milenios de civilización para desactivar el gen, o la hormona, que nos mantiene alerta ante los peligros que pueden ocasionar los grandes depredadores, los caníbales, determinados miembros de las tribus rivales, sicarios, aprovechados o malnacidos. También las plagas, los terremotos y, cómo no, las pandemias. ¡O que el cielo caiga sobre nuestras cabezas!

Todo ello ha contribuido a generalizar la previsión de la desgracia, la anticipación de sus males, como una filosofía de vida. Así nos hemos acostumbrado al pesimismo y nos hemos convencido de que, como decía Valle-Inclán, mañana será peor, que bien podría ser el lema utilizado por una compañía aseguradora, esas que se forran a base de la combinación de la propiedad (o la expectativa de) y el temor a perderla, constituyendo una de las muestras más evidentes del fracaso de la especie humana en su intento por vivir en sociedad.

Vivimos juntos, que es distinto, tratando de reducir costes, ampliar beneficios marginales y ejercitar nuestro yo más social en comunidad. Pero ni la vecindad ni la ciudadanía garantizan una respuesta común ante las desgracias, el soporte de los que nacieron malditos (enfermos, menos capaces…) o en entornos marginales, principalmente por pobres; la principal marca de nacimiento sigue siendo económica. Solo en ocasiones, el pacto social, a través de los poderes instituidos, muestra su primitiva generosidad, aunque sea solo como una suma de intereses egoístas de hombres y mujeres temerosos de la justicia privada, la expropiación indiscriminada de sus tierras o las distintas manifestaciones del presunto mandato de dios.

Mas no se dejen engañar. No es la confianza, sino la sospecha, la que subyace en nuestras relaciones habituales. Es la sospecha la que aflora en cada pago por adelantado, en cada constitución de avales, en cada exhaustiva auditoría. Es sobre la base de la sospecha que el encargado de recursos humanos elabora sus entrevistas y es sobre la sospecha de la sospecha que el candidato contrata a un experto para preparar las respuestas. Es de la sospecha de lo que viven los abogados y los detectives, también, muchas gracias, los que juntamos letras, aunque no sean de cambio.

Y a todo esto un virus que todos podemos contagiar y contraer, que potencialmente está en todas partes, en todas las superficies, y que puede hasta matar. Un virus que nos ha traído la desgracia objetiva y la desazón de no haberla anticipado, una epidemia que ha sembrado la desconfianza, lo que será un lastre para la economía, y la sospecha. Una sospecha informe, tan ubicua como la propia enfermedad, que se manifestará en todas las escalas y en todas las dimensiones materiales posibles.

Por mi parte seguiré sin sospechar, al menos de sus intenciones, aunque tal vez los acuse de ignorantes, atrevidos o demasiado jóvenes. Y actuaré con precaución, no por sospechar de nadie, sino por sospechar que sospechan de mí. Por aliviar su carga, tan pesada como la de conciencia. Al menos para quien recibió mi misma educación.

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