Madrid no es Ayuso

Nadie lo sabe. Después de semanas a caballo entre Salamanca y Madrid, el pueblo y la ciudad, la provincia y la capital, observando los contrastes que el azar y determinadas decisiones basadas en una suerte de centralidad geográfica provocaron al privilegiar Madrid, como sede de la corte, respecto a las villas aledañas, no sabría muy bien cómo definir el Madrid que visité con ojos de paseante, observador burlón y ocioso de una urbe que está siempre en marcha. Una ciudad que tampoco duerme, ni lo pretende, tal vez para ofrecer su mejor versión a los ejecutivos que llegan de visita y a los que Mario Vaquerizo intenta convencer para que se queden unos días más, delegando funciones, difiriendo responsabilidades, invirtiendo su riqueza en esta sede de la fortuna, en un vídeo (puedes verlo pinchando AQUÍ) que pretende vender Madrid a turistas e inversores, cosa que quizá haga con éxito a pesar del malestar estomacal que nos provoca a otros esa visión de clase, pija y estirada de una ciudad que podría ser todas las ciudades del mundo y que se empeña en ser una ciudad cualquiera del mundo (solo que más “cool”), lo que es muy diferente. 

Una ciudad hecha de barrios y parroquias trasladados desde los lugares de origen de sus inmigrantes, el producto de las múltiples relaciones que se tejen en su anatomía interna, soterrada, tantas veces invisible. Una ciudad políglota que solo algunos llaman Madriz, con innumerables lugares únicos, y no comunes, que la hacen irrepetible. Una ciudad que no ha podido escapar de la gentrificación, aquejada de los males propios de las metrópolis y en la que el mar no se puede concebir, aunque haya playas fluviales, no tanto por su lejanía topográfica como por la gelidez con la que se desarrolla la cotidianidad por sus calles. Entre vagón y vagón, en medio de un atasco, finalizada la tarea anterior y con la siguiente aún pendiente, el mar, efectivamente, no se puede concebir. 

Puestos a elegir, me quedo con la descripción que Jorge Drexler hacía de sus primeros días en Madrid, de la hospitalidad con la que lo recibieron, del sentido de apertura y cercanía que inundaba aquellos encuentros entre vecinos recién instalados en estas coordenadas concretas, a escasos pasos del infierno y el cielo, con acceso libre a ambos, como solo sucede allí donde el otro suspende el juicio sobre los comportamientos ajenos por agotamiento e imposibilidad matemática. Refugiados en el anonimato, liberados de las etiquetas propias de localidades más pequeñas y entornos más angostos, el talento puede abrirse hueco, no necesariamente en los áticos de los edificios más altos, también en los antros y garajes de ese submundo que algunos quieren ignorar y que, sin embargo, es más propiamente el mundo, por ser más diverso en el vestir, en el hablar, en el tener o el aspirar. 

Es obvio, no vende, pero Madrid como escenario privilegiado del gran teatro de la vida es, forzosamente, sede de suicidas, pícaros, pobres y también ricos, por qué no, honrados. Patio de comedias donde uno puede representar, aunque sin ironía, películas de Buñuel sobre los discretos encantos de la burguesía (quizá fuera el objetivo del vídeo), tranvías llamados deseo sobre la violencia dentro de la vivienda y el matrimonio, desconozco el concepto concreto que será sustituido por otro concepto concreto en el futuro, o trópicos de Cáncer y Capricornio sobre el erotismo sucio y descarnado que, tal vez, en sus sueños más húmedos, son el verdadero motivo de la visita de la protagonista del famoso vídeo. 


Naturalmente, soy consciente de que mi clase media, mis posibilidades económicas, mis escasas ambiciones están muy lejos de ser el “target” de esta campaña para atraer inversiones millonarias y turistas de postín. Pero haría muy mal Madrid si en la búsqueda de estos botines se olvidara de todos aquellos que la han convertido en una ciudad apasionante, con vida las 24 horas, con la condición humana desarrollándose y recayendo en sus viejos vicios a cada segundo. Mi Madrid, como expreso, no sin aire crítico, en el primer capítulo de Madrid, Nueva York, Logroño, es lugar de encuentro y reunión con amigos del instituto o la universidad exiliados, no siempre voluntariamente, también el lugar más próximo para conocer otras culturas, otros modos de ser y hacer que nos enriquecen precisamente por ser distintos a los nuestros. Madrid me hace más humano, más rico en el sentido más profundo del existir. Por ello lo seguiré visitando, a pesar de todas las campañas que persiguen, con voluntad firme y propia, que gente como yo, pobretones de clase media, no lo hagamos.

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