Este invierno cierto

No puedes negar la existencia del tiempo, me decía mi novia en un ejercicio de realismo tan atroz como acertado para proclamar una nueva derrota en mi cruzada contra las convenciones. “Somos tiempo”, afirma Eloy Tizón de nosotros. Poco tiempo, matizaría yo, resaltando su relatividad desde una visión optimista de la vida, la que me dirige ahora a pesar de la amenaza de las enfermedades, los cambios tecnológicos, la incertidumbre laboral y la natural insatisfacción con la que se desenvuelve el amor a partir de los primeros meses, cuando todo lo que ofrece es poco en comparación con lo que ofreció en su día (que no era tanto, sino que lo parecía) y con lo que debería llegar a ofrecer en función de una visión romántica de la vida y de las personas, limitadas en su naturaleza y constreñidas, nuevamente, por el tiempo. 

 

En realidad, la vida es un conjunto de renuncias. Todo destino descarta al resto y sí, París es magnífica, pero Roma, San Francisco, Cuzco, Bagdad… En fin, en un ejercicio de dandismo políticamente incorrecto Vittorio Gassman decía que serle fiel únicamente a una mujer suponía ser infiel al resto de mujeres del mundo en una mezcla de ironía y cinismo que encierra, bajo mi punto de vista, una de las grandes realidades del ser humano: sus propios límites. Somos lo que dejamos de ser, por elección propia y también de nuestros padres, a quienes les debemos la vida, sí, pero una vida muy concreta, salpicada de toda una serie de costumbres asumidas antes de poder discriminarlas que marcan nuestro día a día, incluso cuando nos oponemos a ellas. Los posicionamientos en contra de algo reafirman su existencia y nos declaran ciudadanos muy pequeñitos de una aldea muy pequeñita. Nos mentimos si la llamamos mundo

 

De hecho, en buena parte del mundo, en la que no vivo porque no nací allí, porque las aspiraciones y horizontes de mis ascendientes se desplazaron muy poco a poco desde los montes donde cazaban a la capital de provincia en la que había trabajo, en esa parte del mundo en la que no habito porque temo la incomunicación y la falta del intercambio de afectos y emociones, en buena parte de ese mundo no hay invierno, nadie lleva guantes ni expele vaho por su boca, ni refugia sus orejas bajo gorros de lana. No hay castañas asadas ni cafés, como este que calienta mis manos. 

 

Hago cuentas y no creo que me queden demasiadas primaveras, no tantas como me gustaría para poder recrearme en el color de sus prados, los olores a rosáceas que invaden la atmósfera cristalina después de que se disuelvan las brumas del alba. Es más, hace tiempo que no me paro a deleitarme con el renacer de la vida. Es posible que la próxima primavera pase como la anterior, como un marco temporal en el que, ajenos a todos estos cambios, seguiremos embarcados en alguna cuita personal, creando y resolviendo conflictos que otorgan sentido a nuestra existencia, fumando cigarrillos, los que lo hagan, como un ademán involuntario que ya ni siquiera disfrutan. 

 

No, no voy a empezar a fumar, temo quedar sometido a los vicios, ser un títere de otra hormona más, como tantas otras definen mi performance sin que yo me resigne a aceptarlo. Seguramente es una de ellas la que ahora, tiritando de frío, con el dedo gordo del pie dolorido, incapaz de extenderse del todo en el proceso de caminar de un destino a otro (y de dejar de hacerlo a otros) elige para mí los rigores del invierno, el rumor de los cafés, Logroño por delante de cualquier otro puerto, marítimo o fluvial. El amor en su estado actual, el que es, el de este tiempo de estar vivos entre el relámpago y el viento, que decía Eugenio Montejo. Todo lo que tenemos. Lo nuestro. 

 

Definitivamente elijo este invierno, y no otro. Este invierno cierto y no la primavera futura, que tal vez no llegue, o que tal vez llegue y pase, como las demás. Este invierno que envidian las ciudades que no tienen inviernos. Y estos labios, los tuyos, por los que soy infiel al resto de labios del mundo y que me recuerdan que no puedo negar la existencia del tiempo, deseando, tal vez, que vaya más deprisa cuando el invierno, el invierno avanza muy despacio. Y el café se enfría, pero me resisto a apurar su último sorbo mientras leo en sus posos aquellos versos de Juan Ramón: no corras, ve despacio… Si vas deprisa el tiempo volará ante ti

One Reply to “Este invierno cierto”

Deja un comentario