Luis, sé fuerte

El matrimonio es un drama, un vínculo convencional que pretende, inútilmente, encorsetar en los límites de lo contractual el mar bravío de emociones y comportamientos que representan el amor y todas sus derivadas: lástima, compasión, condescendencia, odio,… Mi amigo Luis no reaccionaba a mis palabras de consuelo. Seguía compungido por la terrible noticia que había recibido en el trabajo: su ex se casaba con el mismo tío con el que le fue infiel, por el que le dejó cuando ya hacían planes de futuro. Hasta habían empezado a diseñar el palacio-cuna en el que dormirían sus hijos.

Molière escribió El misántropo enfermo de hipocondría tras ser abandonado por su esposa. En todas las películas de Woody Allen somos testigos de relaciones que nacen condenadas, tal vez porque el protagonista masculino es siempre varias décadas mayor que su “partenaire”, pero principalmente por la visión del mundo de su director. Yuri Zhivago sobrevive a numerosas revueltas violentas sin sentir la necesidad de posicionarse intelectualmente en uno u otro bando, pero sucumbe ante la valentía y la ternura de Larissa, a quien no dejará de buscar por los vastos campos de una Rusia devastada por las armas, mientras su mujer cuida de su hijo.

Este es solo el primer capítulo. Aún eres joven y surgirán nuevas oportunidades. Luis no me creía. De ahí que mientras hablábamos se dedicara a escribirle un mensaje de tres párrafos a su última pareja, una maltratadora de las que no salen en los telediarios, una cínica fullera que hizo de la debilidad de Luis tras su anterior ruptura la principal estrategia para su dominio. No sé qué tiene que decir al respecto la psicología, pero hay heridas que tardan en cicatrizar toda una vida, que impiden que dos personas se traten de igual a igual, de modo que, en su relación, pasada la euforia inicial, solo sea posible la compasión o el ensañamiento, el agradecimiento o el vicio masoquista. Tengo la vaga creencia de que solo pueden prosperar las relaciones que surgen de adolescentes, los primeros amores que son, a la postre, los últimos; los vínculos sin pasado, que no recuerdan a otros ni hacen las veces de esterilizantes.

Hay dos estados emocionales que suponen el abandono de uno mismo, la pérdida absoluta de la dignidad y el autocontrol. Uno es placentero, lo llamamos enamoramiento, y conduce a un impulso en la autoestima, a una mejora en los indicadores cuya suma da como resultado la felicidad. El otro, para cuya ocurrencia es “conditio sine qua non” pasar por el anterior, es el rechazo, la pérdida, el fin de la ceguera. Si el primero nos funde en comunión con la vida, llena de color y música la existencia, el segundo, por mera oposición o contraste, nos sume en la oscuridad, el silencio y la desazón. Conviene saber que ambos son transitorios: el primero por aburrimiento y, el segundo, gracias al principal mecanismo de supervivencia en nuestros días, ahora que ya exterminamos a los grandes mamíferos y murieron terribles genocidas: el olvido.

Conocerás nuevas mujeres, ninguna será la de tu vida, pero pasarás algunos buenos ratos. Mi amigo negaba con insistencia. Laura era la mujer de su vida. Imposible, dije yo, no ibas a tener tanta suerte. Una de nuestras principales limitaciones es que solo podemos estar en un lugar y en un tiempo concretos. Iba a ser mucha casualidad que dándonos tan pocas oportunidades, dejando de conocer a más de mil millones de mujeres (hombres) en un rango de edad parecido al nuestro (con lo que excluimos a todas las mayores o menores, a las que ya murieron y a las que aún no han nacido) fuéramos a conocer a la mujer, o el hombre, de nuestra vida. Tienes que ser menos ambicioso.

Lo cierto es que mi amigo Luis se fue igual de jodido para casa, no sé por qué insiste en llamarme. Yo, por mi parte, lo hice dándole vueltas a una idea: siempre había pensado que la literatura tenía un valor terapéutico, que con sus tramas nos ofrecía el consuelo de saber que no éramos los únicos derrotados. Algunos días me parecía que alimentarme de amores platónicos no era tan grave si Don Quijote pudo enfrentarse a tantos peligros gracias, principalmente, al valor que le infundió uno de ellos. Otros que valía la pena esperar, como Cio Cio San en Madame Butterfly por una persona que no volvería o exponerme a mil peligros como cualquier héroe clásico. Ahora que sé que estas lecturas no hacían de explicación, sino de vaticinio, que no me ayudaban a comprender lo que pasaba, sino que me impulsaban con la vehemencia del creyente a imitarlas y terminar descubriendo eso que ya muchos sabían: que toda historia de amor es una tragedia de amor.

Luis no aprende y me ha vuelto a escribir. Laura está embarazada de ese capullo. Luis, sé fuerte. No tengo nada mejor que decir.

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