Learnin´the blues

Habíamos librado las guerras, los cortes de suministro, las cartillas de racionamiento; el terrorismo nos rozó, pero la mayoría lo superamos, aunque con la desagradable conciencia del mismo, sin tener que acudir a ningún entierro. El telón de acero fue para nosotros una simple metáfora, el corralito algo que le pasaba siempre a los otros. La dictadura sigue alimentando discursos y debates, es verdad, pero nacimos esencialmente libres de pensar y decir lo que queremos.

Como generación tuvimos que afrontar el penúltimo cambio de paradigma, el corte de los eurodólares (FEDER, FSE y cía), la crisis de 2008, la sensación de no estar nunca suficientemente preparados. La invitación de un país a la zaga a que hiciéramos las maletas y habláramos de sus maravillas naturales y patrimoniales a los potenciales turistas de una Europa que sigue avanzando a dos velocidades. La ficticia necesidad de estar constantemente comunicados con el exterior, con un otro igualmente necesitado de ese otro que eres tú, lo que hace inviable el diálogo.

Y ahora estamos sumergidos en el fango, sucumbiendo ante un enemigo invisible de consecuencias tan notorias como desconocidas, en estado de alarma, atrincherados en nuestros domicilios justo ahora que la primavera pretende explotar su inmenso poderío aromático y visual, un espectáculo al que tendremos que asistir del otro lado de la ventana confiando en que mañana, o 2021, volverá a amanecer todo el tiempo. Cualquier ser humano es un potencial portador del virus, cualquier superficie un posible depósito de material potencialmente mortífero. Quedémonos en casa, por supuesto, pero levantémosle el veto a la melancolía.

Centrémonos en ralentizar la curva, en hacer lo que las autoridades sanitarias ordenen, seamos buenos ciudadanos y prójimos al menos hasta que pase la crisis y el pillaje sea el único modo de sobrevivir entre las ruinas. Cuesta siglos construir un sistema basado en la confianza entre oferentes y demandantes, auspiciada esta por un tercero, llámese estado, y apenas unos segundos para que esta se venga abajo. Unos segundos que detienen la actividad y paralizan los intercambios, que nos devuelven a la condición de súbditos, a la fuerza, pero que alimentarán el individualismo cuando, ojalá, lo peor haya pasado y los muertos lo sean únicamente por inanición o exceso de nobleza.

En fin, siento no poder lanzar un mensaje optimista. Combato estos accesos de melancolía imaginándome transeúnte en un París desierto, sentado en un café vacío, besándote delante del Hôtel de Ville con Doisneau como único testigo mientras escucho en bucle Learnin´the blues: the tables are empty…

Deja un comentario