Breve ensayo del futuro

Se abre el telón. La platea y los palcos están vacíos. Solo el encargado de seguridad vigila con una linterna que nadie se cuele en el viejo teatro. La actriz declama el monólogo, llora de rabia, se desgañita, improvisa nuevos movimientos, pero no recibe nada a cambio, ni siquiera el silencio con el que se expresa un auditorio ojiplático y embargado por la emoción. Tampoco el murmullo molesto de los que no terminan de entrar en la obra, de creerse su actuación. Hoy los echa de menos. Una cámara es testigo de ello. Tras ella, en sus casas, unos cuantos curiosos comparten sus opiniones. De ellas dependerá que en la próxima actuación haya dos cámaras o ninguna: “Floja”, “repetitiva”, “rancia”, “en este enlace podéis ver una versión mucho mejor de la misma obra”.

¿Qué haces, Marco? ¿Por qué lloras? ¿Qué es eso? Anda, déjalo. Tienes que avanzar tres niveles en los seminarios de bacteriología y aún no has alcanzado las cinco estrellas en la destreza “resiliencia”, deja que te ayude y quita esa imagen de ahí, que oculta esta reproducción a escala de la primera Suzuki de fábrica, ayer disfruté de la experiencia de montarla, por cierto, me la regaló esa marca de Software que ahora no recuerdo cómo se llama, después de contratar una visita virtual a Monte Carlo, a ver cuándo nos amplían la memoria. La noche estrellada se desvaneció haciendo una espiral. Marco se secó las lágrimas y se puso a trabajar. “Marco, son las cinco de la mañana y aún no has terminado el trabajo de programas que debes entregar en menos de dos horas, antes de que se cierre la plataforma, ¿qué haces, Marco?”

Yo fui un abogado de éxito, llevé casos de herencias multimillonarias y asesoré a grandes empresas, hoy ya desaparecidas. Ah, pues yo fui director de comunicación de la empresa que dominaba el mercado de las apuestas en 2020, ahora no recuerdo su nombre. Cómo os quedáis si os digo que fui embajador en Santiago de Chile, Bogotá y, finalmente ante las Naciones Unidas, justo cuando se decretó la inutilidad de las misiones diplomáticas. No está mal. Mi vida, entonces, no os resultará interesante, soy mus, por cierto. Y perdonad si tardo en responder, la conexión no va del todo bien. Tranquilo, yo corto la mano.

Los productos más vendidos del día son geles especiales, guantes y mascarillas. Los aeropuertos están cerrados, los chicos han tomado la calle y el café está prácticamente desierto a una hora en la que suele estar lleno. Los adultos celebran ser dispensados temporalmente de trabajar y solo lamentan que los hijos no puedan estar en los colegios. Se maneja con indiferencia la muerte de los ancianos, los pocos que recuerdan lo que cuesta ganar un duro, se compra temiendo una crisis de abastecimiento, un nuevo sitio de Logroño, como el de 1521. El enemigo es invisible, como entonces.

Y yo hago lo de cada tarde, como un autómata adicto a la rutina que no se atreve a bailar este vals que suena por sorpresa en el café de siempre, ello mientras espera que la ciudad se vacíe por completo, que el miedo nos consuma y reine, de nuevo, el silencio anterior a la materia. Mientras escucha a la actriz que llenó el teatro con su actuación y aún cree que la virtud existe al margen de la mirada del otro, que ya existía antes de que el primer sonido del mundo, tal vez un suspiro, hiciera eco.

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