Entre la opinión y la sospecha

Noventa y siete comentarios ha reunido el texto de Hernán Casciari (Mercedes, Argentina, 1971) publicado en Papel, el suplemento de El Mundo, y titulado “El peor oficio del mundo”. Más allá del fondo de su contenido, con el que un estudiante que abandonó Derecho en tercer curso por razones semejantes a las que se esbozan podría estar de acuerdo (con matices), me parece más interesante resaltar la advertencia que el autor realiza en su cabecera: “Relato de ficción”, se indica.

Relato de ficción, sí, aunque la primera persona, las referencias autobiográficas y el tono argumentativo dificulten en gran medida que el lector acepte esta precisión, esta suerte de pacto que le obligaría a leer el “relato” atribuyendo las tesis que este maneja a una suerte de “yo narrador” diferenciado del periodista que firma la publicación. Tanto es así, que de la lectura de los comentarios que muchos abogados “heridos” han vertido en su defensa, se deduce que el texto no ha producido este efecto (tal vez ni siquiera buscado), pues son numerosas las alusiones directas al Hernán Casciari periodista y las referencias al contenido del relato, tratado este como columna de opinión.

Se reabre, en cualquier caso, el debate sobre límites de la ficción (y la autoficción), que es parecido al que, trasladándolo a un ámbito radicalmente distinto, existe en los deportes de contacto sobre la línea que separa lo legítimo de lo ilegítimo, lo comprensible de lo censurable. Y también el que acompaña tradicionalmente a los ejercicios satíricos, residentes de ese espacio fronterizo tan exiguo que existe entre el humor y el vituperio o agresión al honor.

Y del intercambio de golpes sale ganando Casciari, al menos por esta vez –y salvo que la suma de demandas interpuestas en el juzgado le salga económicamente ruinosa–. Sí, sale ganando, digo, porque a través de un ejercicio retórico demuestra todo lo que ese “yo narrador” argumenta a base de sarcasmo y de cinismo: que mentir es un arte, un talento para el que hay que servir, y que igual que permite al escritor refugiarse y decir lo que quiere sin decir la verdad, también da de comer al abogado que defiende causas injustas o a declarados culpables. A ese ser del que, sospechamos, el periodista no tiene un noble concepto. Pero insisto, solo sospechamos.

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