Pensamientos de estación

La espera es siempre breve para quien acude a despedirse. Lo descubrí anoche, ya de madrugada, sobre el andén desde el que no quise ver partir el tren en el que aún viaja –en fin, no he podido dormir demasiado– una persona muy querida. Da igual que aquella vieja máquina, símbolo de un pasado que se resiste a quedar obsoleto, llegara con retraso. Aquella media hora (en realidad, cuarenta minutos) me pareció insuficiente, una prórroga muy discreta: una cucharada fugaz incapaz de saciar el apetito de un paladar enamorado.

Los psicólogos deberían recomendar a sus pacientes acudir a una estación de tren de madrugada. La visión de los pasajeros a punto de embarcar hacia un nuevo destino, con abultados equipajes y trajes especialmente elegidos para la ocasión –por raídas que lucieran algunas chaquetas– es reconfortante. Observar esas almas en tránsito, mientras los termómetros marcan bajo cero, permite advertir que siempre es un buen momento para hacer mudanza.

Eso sí, conviene fijarse solo en las miradas que, allí donde se cruza la última traviesa, atisban esperanza. Fue tentador, en cambio, lo reconozco, seguir con la vista los movimientos torpes y espasmódicos de un hombre con zapatos de cuero marrón, pantalones vaqueros y apenas una fina chaqueta gris alrededor del tronco que entraba y salía al ritmo que le imponían sus ganas de fumar. Es difícil saber si los sonidos inarticulados que emitían sus cuerdas vocales denotaban una enfermedad mental o si toda su dolencia pasaba por tener que trasladar, sin ayuda, dos enormes maletas a una estación de llegada igualmente fría y solitaria.

El verdadero viaje lo emprende el que se queda, el que regresa a espacios necesariamente conocidos sabiéndose distinto. El verdadero reto no pasa por recoger una llave en recepción, descorrer las cortinas y contemplar el bullicio de unas calles que no son las tuyas. No. La verdadera aventura es levantarse una vez más a la misma hora, observar tu rostro en el espejo, comprobar que nada ha cambiado y que, además, en un tren sigue viajando –porque sigue viajando, no les miento cuando les digo que no he dormido demasiado y que la máquina es antigua– la persona amada. Aunque tenga planeado regresar.

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