En derecho al pataleo (antes de que nos lo expropien)

No sé si la propiedad es un robo, pero en su defensa, en los cauces jurídicos que son necesarios para su demostración, uno no deja de sentirse estafado por un estado que, después de servirse del trabajo del particular, que es quien aúna papeles, solicita extractos bancarios o viaja de ventanilla en ventanilla, le reclama además una suma importante de dinero por inscripciones en registro, documentos notariales,…

Les escribo desde la propia experiencia, como nieto y heredero de un modesto patrimonio familiar: una casa en el pueblo y unas cuantas fincas en las que los abuelos se dejaron los riñones para salir adelante en la España anterior y posterior al conflicto civil. Como ciudadano que dejó la carrera de Derecho, entre otras muchas cuestiones, por lo alejada que esta materia se encuentra del principio universal de justicia, no dejo de sorprenderme por la parsimonia y resignación con la que acogemos este tipo de noticias, este tipo de pagos con los que, por triplicado, demostramos que algo es nuestro y no de otra persona, que quienes se dejaron los huevos y los ovarios fueron nuestros abuelos y no los de otros, que quien lleva pagando la contribución durante décadas fuimos nosotros y no los vecinos.

Es el precio de las revoluciones, me dicen, del derecho administrativo que surgió en Francia en la época de Bonaparte y de la expansión de las comunidades desde su tamaño original, donde todos los miembros se conocían, hasta la escala del estado-nación, donde el Leviatán se vuelve necesario como mecanismo de control para evitar apropiaciones indebidas, ejercicios privados de la justicia o desviaciones que dejarían desamparados a los individuos.

Y aceptamos pagar por trabajar, por darle todo hecho a notarios y registradores; o preguntarle a asesores, gestores o abogados –y dejarnos otra pasta– cuando nuestro conocimiento no da más de sí ante lo enrevesado de unas leyes que dicen protegernos, pero que son decididamente técnicas y herméticas para mayor gloria de un sistema que se mantiene a sí mismo fecundando el miedo y la ignorancia y justificándose con argumentos tautológicos que, a quienes nos da por pensar de vez en cuando, nos provocan un rechazo lógico e intelectual, un asco supremo y la manifestación de esa amenaza que nunca cumplimos de aislarnos en un pequeño rincón y dejarnos los huevos, también nosotros, para dejarlo todo arrasado al morir, antes de que les hagan pagar por ello a nuestros hijos y nietos.

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