¿Dónde va un hombre en bicicleta a las once de la noche?

Hay varias escenas en Tres anuncios en las afueras (Martin McDonagh, 2017) que, al ponerse al servicio de la historia, abandonan el campo de lo verosímil exigiendo del espectador una suspensión absoluta de la incredulidad. De igual manera, los personajes representados exageran hasta tal punto los arquetipos del sur estadounidense que muchas de sus reacciones, a pesar de que las motivaciones sean poderosas, pueden resultarnos un delirio del director. Y, sin embargo, a pesar de esta carta de presentación de dudosa categoría, esta película me parece brillante en su pulcra negritud y corrosiva acidez.

Hay muchos argumentos para etiquetar Tres anuncios en las afueras como un western moderno. No lo impide, desde luego, el magnífico macguffin de tres carteles publicitarios, símbolos de una era analógica ya superada. El duelo en la distancia entre un héroe (heroína en este caso) y un villano (no tan villano), el afán de venganza, la necesidad de sustituir a una justicia que no es capaz de reparar el daño moral y emocional,… Todos estos elementos están ahí, es cierto, pero sería injusto para esta cinta quedarnos en los tópicos genéricos cuando a ellos se suman una panoplia de personajes secundarios perfectamente integrados en el paisaje, con restos de comida entre los dientes y bilis en cada mililitro de saliva, y diálogos que bien podrían haber tenido lugar en los mentideros del siglo de oro en Madrid o en los baretos donde Marlowe acudía a beber y salvar, de paso, a alguna inocente rubia.

El guión, que no oculta las inclinaciones dramatúrgicas de su compositor, empasta perfectamente con una fotografía que cumple su propósito al mostrarnos la crudeza del profundo sur, las vísceras visibles de una comunidad racista, homófoba y notablemente endogámica que, a pesar de contar con numerosos bosques en las afueras, se asfixia con sus propias manos. Si la historia a veces se desparrama, la fotografía es adusta. La cámara se mueve poco, dejando que hablen las duras facciones de Mildred Hayes (Frances McDormand) y las más cándidas del comisario Willoughby (Woody Harrelson), señalado por la primera al no haber resuelto, siete meses después, el caso de violación y asesinato de su hija adolescente.

Al final, tras varios giros de guión y unas cuantas vueltas de tuerca en el rol y la psicología de los personajes, sales del cine con la sensación de que todo funciona. Tanto que comprendes que, si muchas reacciones de Mildred o el policía Jason Dixon te parecieron extremas (aun reconociendo a veces el tono de hipérbole paródica) es porque no has viajado lo suficiente –porque no han violado y matado a tu hija adolescente. Y al llegar a casa te preguntas dónde iba el hombre que te cruzaste, muerto de frío sobre su bicicleta, a las once de la noche. Y tienes nuevas ideas para esas vallas que ahora anuncian chocolate y teléfonos móviles.

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