Déjennos ser idiotas (si fuera necesario)

Déjennos ser idiotas, por favor: escuchar emocionados el himno de Marta Sánchez o las mamarrachadas disfrazadas bajo un presunto envoltorio artístico y reivindicativo por las que ha sido condenado –hoy se ha hecho firme la sentencia– a tres años y medio de cárcel un señor del que lo más normal sería que no conociéramos su nombre (y que al parecer firma como Valtonyc), pero al que la interpretación exhaustiva y radical de un código legal que debería aplicarse siempre como “última ratio”, en la medida en que su aplicación es también la confesión de un fracaso, han vuelto primero famoso y ahora reo.

La judicatura afronta un grave problema. Sus jueces nacieron en otro planeta, así de simple, y son incapaces de apretar el botón de la nave (¿qué botón? ¿qué nave?) que los traiga hasta aquí. Estos señores y señoras (pocas) juzgan en base a unas cláusulas que han quedado obsoletas, como queriendo contener el agua de todo un océano en los límites de una modesta alberca. Su estrechez de miras no sería preocupante si tan solo la mostraran en las conversaciones con sus amigos o a la salida de la iglesia, pero el hecho de que sigan siendo ellos los que aplican las normas salpica a la sociedad, lacra su sistema democrático y constriñe la libertad hasta el punto de que ya no es posible decir barbaridades, exagerar, soltar estupideces o caer en ese arrebato furibundo y pasional con el que se amenaza sin medios o se escapa, en voz alta, un pensamiento impuro.

Hay veces en las que un padre, en el esfuerzo de proteger a un hijo, amenaza a profesores, denuncia malas prácticas de sus amigos, pelea con los otros progenitores para reclamar la mayor valía de su descendiente y, en el proceso, se vuelve un tirano que pierde todas las virtudes cardinales con las que se presentó ante su niño cuando este comenzó a tener uso de razón y decodificar todos los mensajes que encerraban los sonidos que, al inicio, creía desarticulados. Es normal que la sociedad española aplaudiera cada movimiento del estado democrático en el establecimiento de unas bases para la convivencia y la reconciliación tras años asfixiada en una angosta placenta, pero lo cierto es que a papá se le ha ido el asunto de las manos, para orgullo de los abuelos, tal vez, pero para vergüenza de quienes no podemos sentirnos cómodos con jueces que manejan con tal impudicia la prisión preventiva o las analogías “in malam partem”.

Es hora de que la sociedad española se emancipe del padre que la enseñó a hablar y caminar, pues en su afán de protegerla ha caído en la esquizofrenia. Ahora es un loco represor incapaz de ver sus faltas, los tumores que lo corrompen por dentro. Ha perdido el sentido de la proporcionalidad, la capacidad para discernir lo relevante. Papá nos engaña queriendo salvarnos: Nos dice que no existen la muerte, la guerra o el hambre y a cambio nos habla de cocos y hombres del saco para que nos durmamos.

Déjennos ser idiotas, por favor. Papá y todo el resto de padres, también el que habla en catalán o el que moviliza a sus masas profiriendo amenazas de muerte o santificando terroristas. Sabremos caminar solos ignorando a fantoches, hagan política o rapeen. O seremos tan idiotas como para creérnoslos. Que es otra cara de la libertad a la que no podemos renunciar.

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