Cuando la vida te escribe

Algunas veces vivo y otras veces la vida se me va con lo que escribo, decía Sabina (aunque este verso es irrepetible en la voz de Milanés) en Que se llama soledad. Esta frase plantea la dicotomía entre el arte, que imita la vida, y la vida, que es otra cosa, más ruidosa y frenética, más irreflexiva e imprevisible. Y asegura, de una forma u otra, que se trata de vivir o escribir, de una disyuntiva; un juego de suma cero. Y si gana la vida, aunque se enriquezca la memoria, pierde la escritura, que saca la cabeza, sin embargo, en las paradas biológicas, en las crisis existenciales, en las alcobas vacías y las sábanas congeladas.

 

Es una disyuntiva, sí, pero no siempre una elección. Pocos pueden optar por lo segundo, al menos de manera deliberada, no siempre los ingresos lo permiten. Y también hay que lidiar con la pena pública, con el sambenito de la ociosidad en una sociedad que sueña en secreto con playas paradisíacas durante cincuenta y una semanas al año.

 

Pero escribir no es irse de vacaciones, ni siquiera una actividad de moda, solo publicar lo es. Escribir es un acto silencioso que procura dotar de nuevos significados a la realidad que retratan los medios y las redes sociales, las cámaras que todo lo ven pero que nada interpretan si no es a la luz de los prejuicios, de un “yo” cada vez más vigoroso de cara al exterior, cada vez más débil en su fuero interno, sin lecturas ni referentes que no sean muñecos de feria autoconscientes de su condición y de los gustos del público.

 

Hay una tercera vía, una derivada más de la frase del maestro. Porque a veces ni escribes ni vives, sino que es la vida la que te escribe, tomando las riendas, asumiendo decisiones que interpretas como propias pero que no siempre se ajustan a los principios que te habían traído hasta aquí. Entiendo que es el frenesí propio de esta pandemia, de este devenir desordenado que creemos tener bajo control y que, sin embargo, juega con nosotros como banderas izadas al viento.

 

Así he pasado este año, estos meses en los que me he mantenido en silencio, dando una tregua a los lectores incondicionales que aún mantienen la esperanza de encontrar alguna frase genial después del siguiente punto. Así he vivido este año raro en la ciudad de Burgos, entre Laín Calvo, el Espolón, la Isla y el Parral, en esta elipse que avanza de Este a Oeste, o de Oeste a Este, acogiendo diferentes valles, unos cuantos polígonos industriales y algunos vasos sanguíneos a punto de rebosar, ya sea por estrés, fatiga o incluso amor.

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