Para una pandemia y un descosido… The Beatles

Ha pasado un año, el año más raro de nuestras cortas y apacibles vidas, seccionadas por dos crisis, no por dos guerras con sus consiguientes hambrunas y particulares y silenciosas tragedias grabadas en el subconsciente colectivo. Un año que se estudiará como una fecha a recordar en los exámenes de Historia de dentro de unas cuantas décadas, el 1918 de nuestro siglo. Ha pasado un año desde que un virus respiratorio de consecuencias fatales sirviera como detonante, seguramente justificado, de la mayor privación de derechos y libertades de nuestra era.

 

Por suerte, la ciencia, una vez más, ha reaccionado con agilidad a un escenario apocalíptico aportando soluciones rápidas y certeras, parece. Mientras tanto, las sociedades occidentales han redescubierto las cuevas paleolíticas, donde practican un monocultivo un tanto extraño actuando como simiente, planta, flor y fruto de sus propias tierras sin suelo ni raíces. En ellas cultivan también el mito de Narciso, rechazando pretendientes a través de aplicaciones cada vez menos ingeniosas, más rudimentarias y sencillotas, como el propio homo postpandemicus.

 

Los propios domicilios se convierten en alojamientos turísticos para sus propios inquilinos. Sus estancias son esos “no lugares” donde el vínculo sabe a café de Starbucks y los regalos llegan empaquetados por Amazon. Los rituales onanistas han sustituido a aquellos familiares y comunitarios. Consultamos el tiempo en una aplicación, no tras el telediario. Vemos la película con más estrellas, no la que le gustó a nuestro antiguo amigo y prescriptor, del que siempre nos fiamos. Cierran los cines. Y mira que nos gustaba ir a los cines, quedar un poco antes, plantarnos ante la cartelera y elegir la película. Comer palomitas y volver a casa juntos, tomando un rodeo, mientras comentábamos nuestras sensaciones. Narcisismo, sí, pero sin Eco.

 

Ya lo decían los Beatles, yesterday love was such an easy game to play.  Ahora es una ecuación muy complicada, como la vida de entonces y de ahora, este juego regido por unos cuantos seres dotados de menor aversión al riesgo, una mayor inteligencia, un escaso temor al ridículo y una mínima conciencia de todo lo que ignoran y que, por la suma, o la multiplicación, de todos estos sumandos, o factores, se han sentido legitimados para ir tomando decisiones que nos afectan a diario, en nuestras esferas cada vez más reducidas de libertad, por amplias que parezcan los huecos de la jaula.

 

De ahí que citara a los Beatles, como quien convoca el espíritu de un viejo conocido, casi a modo de plegaria para sobrevivir a estos tiempos de transhumanismo, con la Ética, como disciplina, tan de retirada como su prima hermana, la Filosofía. En este vertedero que apesta a adrenalina mal asimilada, hay que volver a The Tavern, cruzar Abbey Road y empaparse de la sencillez que nos reunió en los años 60, tal vez para mecernos y apaciguarnos mientras el mundo se derrumbaba a nuestras espaldas, pero también para convocarnos a la gran alianza de civilizaciones, la que propició el idioma de la Reina Victoria hablado y cantado con la sencillez lírica y acústica de un Here comes the sun. Y que salga muy pronto, por favor. Y que resucite Lennon para que nos susurre aquel secreto que, por supuesto, como la chica de la canción, queremos conocer.

 

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