Al fondo de El Dorado

En El Dorado, además de una foto con el cartel de la película homónima en el que John Wayne y Robert Mitchum rivalizan por mirar mejor al horizonte y tener más arrugas en la cara, se reúnen de manera clandestina hombres y mujeres de entre cuarenta y cincuenta años, tipos y tipas a las que un día de estos un médico ha explorado la próstata o las glándulas mamarias ante el riesgo de padecer un cáncer. Disimulan, pidiendo con impostada seguridad cafés cortos de leche, que tragaron saliva durante el proceso y elaboran sesudas teorías para excusarse por no ir al gimnasio y haber perdido aquella silueta que, embutida en chupas de cuero negro o pantalones de talle alto los convirtió en reyes y reinas de la noche, rock and roll stars.

En el Dorado las paredes son fucsias y una foto de Marilyn te mira desde la puerta del aseo de señoras invitándote a transgredir la norma y mear sentado. Detrás del barman, socio y fundador del local, jefe indio de esta reserva cherokee, una amplia colección de cintas y CD´s de Prince, Johnny Cage, Buddy Holly,…; toda una saeta de flechas preparada para contrarrestar las modas juveniles, los rifles y los revólveres de la “poesía” rapeada y el reguetón. Y de repente, sin sentido aparente, poniendo en valor el consumo de vino mejor que ningún anuncio, un brindis ochentero dirigido por una mujer que le toca el culo a su nuevo novio: “Salud y anarquía”.

En el Dorado no es Black Friday ni hay listas de Spotify, de ahí que cueste tanto encontrar aquella canción de Michael Jackson de la que son incapaces de recordar el nombre y siga sonando Deep Purple. En el Dorado, son las seis y media de la madrugada y no incomoda que en el fondo del local alguien componga una breve crónica del Logroño que huye de sí mismo, de estos quijotes trasnochados que cambiaron las novelas de caballería por películas del oeste, los romances y las chanzas castellanas por las biografías cantadas de los juglares del medio oeste americano.

En fin, consuela saber que muchas veces basta con poner una puerta, echar unas cortinas e insonorizar unos cuantos muros para construir un refugio en el que invitar a los amigos y escuchar juntos el Pleased to meet you de los Rolling, emitir unos cuantos sonidos inclasificables con los que los tipos de los cánceres de próstata y mama se ríen de la generación mejor preparada mientras se dejan los sueldos que ellos nunca ganarán en copazos y chupitos de tequila a media tarde y brindan por sus planes privados de pensiones.

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