Viaje a la España rellena

Después de varias semanas sin acudir, por dar prioridad a otros temas o por cambios en el guión previsto, este lunes, de nuevo, viajo a Madrid para un curso de escritura y edición. Lo hago, para mayor deleite de sentidos e intelecto, sin tanto apremio por regresar y con la intención de visitar algunas de las mejores salas de exposición de la ciudad. Entre esta tarde y mañana pretendo empaparme de fotografía, pintura, cine, historia,… Aspiro a rellenar, de paso, los tanques de la inspiración, algo vacíos tras semanas instalado en la rutina.

Precisamente desierta se encuentra también la España que nos presenta Sergio del Molino en su obra de título tan elocuente como devastador: La España vacía. No menos halagüeño es el subtítulo “viaje por un país que nunca fue”. A través de este ensayo en movimiento, el autor provoca a los lectores –más aún, si como es el caso, han crecido en los parajes que define– desarrollando un recorrido físico, pero también intelectual –y multidisciplinar– por numerosas comarcas rurales, vestigios de una antigua civilización que se fue desangrando poco a poco ante las promesas de lo urbano y el desmoronamiento de los mitos y ficciones que las mantenían en pie y que ahora construyen otros por vías tan dispares como la idealización o el tremendismo.

Mención especial merecen todas las comparaciones que se alimentan de la literatura. El Quijote, los viajeros románticos, los patriotas del 98 (Azorín y Unamuno, pero también Machado) los artistas del 27 y sus vínculos con la obra pedagógica de la ILE, autores del siglo XX como Delibes, J. Sénder o Cela o de otros vivos como Julio Llamazares. Todos ellos escribieron sobre la “España vacía” y todos ellos, en virtud del poder transformador de la literatura, han alterado su ADN. Curiosamente, una de las tesis finales del libro pone en valor el auge de la nostalgia rural como tema principal de numerosas novelas, colecciones de cuentos o ensayos en la actualidad. En cuanto que sede de fantasmas y territorio ahora desértico, la España yerma y esteparia cobra sentido como inquietud y fuente de inspiración. Viajar al pueblo, física o espiritualmente, es trasladarse al pasado y comprender, de paso, lo que el futuro puede hacer con aquellas sociedades que se creen a salvo.

Y allá me dirijo. Por la España vacía de Sergio del Molino hacia su oasis de referencia, hacia esa gran cabeza que dispersa por sus aledaños tanta miseria como esperanzas de prosperidad. Que Madrid fuera sede de la corte y que los borbones quisieran hacer de ella su propia París –y no tanto su centralidad y equidistancia geográfica– fueron las principales razones que la llevaron a ser una gran capital. Al fin y al cabo, empresas personales, anécdotas y casualidades, configuran historias y geografías que no se explican en la escuela, que solo los años y lecturas como esta de Sergio del Molino, te permiten comprender.

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