Mal día para ser un héroe

Hoy España ha amanecido celebrando la acción heroica de Ignacio Echeverría, el valor con el que procuró detener la acción sangrienta de los terroristas en plena calle londinense, con la única ayuda de un monopatín. En los salones de clase alta y en la cantinas de clase media y baja se cuantifican por decenas las vidas que su decidida oposición a la barbarie pudo salvar; en segundos el tiempo ganado que permitió la huida de los aterrorizados transeúntes y el cierre de las trampillas de los bares más expuestos.

Pero mientras todos alabamos a Ignacio Echeverría pidiendo para él toda suerte de condecoraciones póstumas, lo cierto –puede que también lo triste– es que la mayoría queremos ser directivos del Banco Popular –y cobrar sus sueldos a pesar de haber hundido la entidad–, comisionistas no pillados “in fraganti” por la Guardia Civil o cualquier otra profesión de las que han salido reforzadas durante la penúltima crisis del sistema financiero.

Nadie quiere ser hoy Ignacio Echeverría, dechado de virtudes; ni miembro de su familia, ejemplo de entereza. Tampoco uno de sus amigos, orgullosos camaradas de un héroe. Nos gusta su historia, su ejemplo de filantropía,y celebramos lo desactivados que tenía los instintos de supervivencia en comparación con sus valores quijotescos. Nos gusta que echara mano de su Rocinante con ruedas para frenar las embestidas de estos modernos sucesores del Caballero de la Blanca Luna, empeñados en pasar a cuchillo todas las ficciones de Occidente. Nos gusta que no tuviera codificados y memorizados los valores del nuevo estado social y democrático de derecho: la masculinidad matizada, la confianza en las instituciones, el talante dialogante; toda esa literatura que nos vuelve inútiles cuando la ciudad se transforma en una selva.

Querido Ignacio, ni siquiera correrás la suerte de que  Homero te convierta en héroe de esta nueva Troya o Cervantes en encarnación universal del idealismo y la locura. Serás actualidad redactada por becarios, carne de anuario en el mejor de los casos. Memoria frágil,olvido a buen seguro. Te devorarán casos de corrupción, agendas pobladas de asuntos mundanos, hat tricks de Cristiano y Messi, meditaciones en voz alta de todos a los que salvaste a propósito del más ridículo meme. Legas un ejemplo que nadie querrá seguir, pues cualquiera en tu lugar hubiera salido corriendo, respirado aliviado lejos del peligro, y hubiera puesto unas cuantas plegarias en su muro de Facebook y preparado la mochila para salir el domingo con el monopatín.

Sinceramente, Ignacio, te admiro. Te admiro y procuraré con todas mis fuerzas mantener tu gesto en forma de recuerdo, pero al mismo tiempo me hubiera gustado mucho poder decirte que elegiste muy mal ese día –y esa forma–, ese único día –y esa única forma–, en que, como reza la canción de David Bowie, todos –incluso el pelele que firma estas líneas– tenemos derecho a ser héroes. Y me gustaría mucho que estuvieras vivo para decírtelo, aunque me llamaras COBARDE por ello.

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