El perfecto opositor

Este texto surge al inicio del proceso de estudiar oposiciones que abordé en falso en el otoño de 2014. El resultado, a fecha de junio de 2015, cuando debía realizar el examen, fue una carpeta llena de relatos («el perfecto opositor») de la que ha ido bebiendo, principalmente, este blog. Ahora que me replanteo el pasado y me abruma nuevamente el futuro, rescato el texto, aunque no necesariamente a quien lo escribió. Mejor que siga esposado.

Ayer hubo fiesta en casa. Aún yacen esparcidos sin orden aparente vasos, cojines, botellas de ron y whisky y unos cuantos DVD´s con películas sobre las que estuvimos discutiendo. Se celebraba mi despedida. Atrás dejaba al hombre sin rumbo, sin trabajo, sin pareja y, a pesar de ello, feliz que había concluido sus estudios universitarios de grado y postgrado con la misma sensación de incompetencia que cuando los inició. Ni la universidad pasó por mí ni yo demasiado por ella tras enterarme, el primer mes, de que sus paredes no eran el recipiente de un saber erudito sino el culo de saco de numerosas frustraciones profesionales y de las más viciadas prácticas funcionariales. Ahora, después de unos pocos meses de impasse, al fin puedo responder a quienes me inquieren con esas acongojantes palabras: “Y tú, ¿a qué te dedicas?”. Yo soy opositor. O-PO-SI-TOR. Les respondo.

Anoche me despedí, les contaba, del tiempo libre y las conversaciones intrascendentes entre amigos, de los paseos al azar y de los juegos de naipes. Hoy me bautizo en el Jordán de las oposiciones, un río de barro y cantos alimentado de barrancos tributarios que te golpean a cada remada a favor, o en contra, con su espesa corriente. En el horizonte un futuro que muchos tachan de halagüeño y envidiable, con dos meses de vacaciones y un lento languidecer. Porque no es verdad que trabajar con jóvenes produzca un efecto vigorizante en quienes los enfrenta a diario. Y es que el enano ve por todos lados gigantes del mismo modo que quien cumple años delante de chicos que presentan de manera perenne la misma edad, observa a cada paso sonrosados rostros que le retrotraen a tiempos cada vez más lejanos. Mezclarse con jóvenes incrementa la nostalgia, no reduce las arrugas. Ni las patas de gallo, ni las dolencias de próstata.

Hoy me he propuesto jurar, delante de una pila de apuntes y varios manuales, vestido con pijama corto de pantalón rojo y camiseta blanca de algodón, despeinado y ansioso por terminar ya este proceso, que guardaré sin demasiado celo el código de honor de todo buen opositor en el que se repite, no por capricho, sino por nuestro bien, el adverbio “poco”. Dormir “poco”, reír “poco”, salir “poco”, aprender “poco”, memorizar “mucho”, follar lo que se pueda pero rápido. La correcta preparación de una oposición incluye un horario leonino en el que encuentran el maná seres que deseando haber nacido en otra época, siendo esclavos de fustigadores e inclementes amos, tuvieron la mala fortuna de haberlo hecho en una sociedad libre que hasta hace un lustro ofrecía trabajo, coche (cochazo) y pareja hasta al más lerdo de nuestros iguales. O semejantes, por aquello de ser riguroso.

Rigor, precisamente, me piden los que me quieren. Los que me quieren ver colocado en la función pública, digo, felizmente adornado por un salario de magnate en la España de la deflación, con doce soldadas más dos extraordinarias. Y a mí que no me consuela ni motiva tal boyante y reluciente futuro, a mí que a mis ventisiete la vida se me empieza a parecer a la historia interminable o, en su defecto, a una soga que aprieta no tanto por el lado de lo económico como por el de lo insustancial. Pero pensar, amigos míos, es mala práctica en este período de la vida situado del otro lado del viento en el que se nos pide, si queremos tener éxito, desparecer temporalmente del mapa.

Y yo que me niego. A encerrarme o esfumarme como ese trazo impresionista que procura, desairado, captar la luz efímera y menguante del sol otoñal. Y yo que prometo seguir pensando, durmiendo, saliendo y follando, lo que se pueda, claro, pero sin prisas. Y yo que me exijo, ante todo, seguir escribiendo relatos desde la óptica de quien ha dejado de hacer nada y de ser nadie para pasar a autodenominarse a sí mismo, henchido de orgullo y afectada vanidad, un opositor. Ecce opositor.

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