Más Séneca y menos vagar

Únicamente él sabe vivir para sí mismo, pues posee la primera de las ciencias, que es la de saber vivir.

(Lucio Anneo Séneca. Cartas a Lucilio)

Los nuevos (des)equilibrios geopolíticos, la amenaza del cambio climático, la era post-digital, el pensamiento posmodernista y sus implicaciones en el arte; ni siquiera los avances científicos en áreas como la neurociencia, la biogenética o la robótica han alterado las preocupaciones básicas del ser humano, siendo el hallazgo de la felicidad, o la brevedad de la vida, trending topic en las conversaciones que aún es posible mantener en torno a una taza de café, con los teléfonos apagados.

Hace poco participé en una de ellas. Varios amigos, millenials si atendemos al afán por etiquetarlo todo; universitarios, por aquello de marcar una diferencia de estatus (ah no, que eso era en el siglo XX); parados o en oficios muy alejados de los estudios que empezamos a cursar hace una década, iniciamos un diálogo sobre el futuro, alrededor de la desgracia que había supuesto terminar nuestros grados y maestrías en plena depresión económica, acerca de la conveniencia de migrar a una gran urbe o permanecer, en cambio, en el entorno más agradable de una ciudad media apostando por nuevas fórmulas como el teletrabajo. En fin, sobre todos esos temas que ocupan la agenda de la primera generación que, por primera vez en muchos años, tiene el fundado temor de vivir peor que la de sus padres y que, de una manera u otra, se remite, en sus encuentros, a la búsqueda de la felicidad y a la maximización del escaso tiempo que nos ha sido concedido para encontrarla.

Por entonces llevaba tiempo observando cómo el índice de preocupaciones de los hombres y mujeres de mi edad, de sus familias y parejas, puede que también de sus mascotas, habían comenzado a recaer, únicamente, en la posesión de un trabajo como eufemismo de ganar un dinero. El amor, la amistad, el seguimiento de unos principios morales, el ejercicio de la libertad en consonancia con la del otro, la reflexión pausada, el arte,… Todos eran valores menores, cuestiones secundarias a pasar por alto siempre que ello fuera necesario para acceder a un trabajo; trabajo, repito, como triste metáfora de adquisición de un salario. Pobre sinónimo, en cualquier caso, de lo que debería ser la felicidad en cuanto que orientación última de la vida.

Hacia el final de la conversación, cuando se dejaba notar de nuevo ese pesimismo que suele irrumpir, a modo de insatisfactoria conclusión, en este tipo de charla, propuse que nos viéramos pasada una semana con la condición de haber leído tres obras de Luccio Anneo Séneca con las que yo me había estado deleitando en esos días: Sobre la brevedad de la vida, Sobre la felicidad y Cartas morales a Lucilio. Las primeras reacciones fueron de perplejidad. “No tengo tiempo, tengo que enviar currículums”. “¿Tres libros en una semana? Si no me leo uno en un mes”. Yo, claro, esperaba este tipo de comentarios, así que tomé la palabra y mencioné alguno de los pasajes más interesantes de la biografía del filósofo de origen hispano, poniendo especial énfasis en sus relaciones con los emperadores Tiberio, Calígula y Nerón, en las críticas que recibió por no adecuar su obra a su palabra, o en su concepción, llevada a término en el año 65 de nuestra era, del suicidio como acto liberador de una vida “a la que no debemos aferrarnos”. Con ello capté su atención y quedó firmado, entre nosotros, un pacto tácito: en siete días volveríamos a vernos con los deberes hechos.

En ese lapso comprendí mejor algunos pasajes de la obra del filósofo como aquel, incluido en Sobre la brevedad de la vida, en el que asegura que la vida sería larga si no la dilapidásemos. Reconocí, en mis paseos vespertinos por la ciudad, a propósito de las diferentes formas que cita Séneca de derrochar el tiempo, a todos aquellos a los que los entretiene una insaciable avaricia. También a aquellos que se sienten arrastrados por las constantes dificultades que encuentran en unos trabajos sin sentido. Y me mezclé, aunque no demasiado, con los que se embrutecen con el vino, los que se duermen en la pereza o a quienes su ambición los cansa, por hallarse siempre pendientes del juicio de los demás. Y, lo peor de todo, es que a todos ellos los sorprendí habitando en mí mismo, guiando mis acciones. Tuve que admitir, al fin, que aún me encontraba lejos del ideal estoico de perfeccionamiento vital, este que había abrazado a través de las lecturas, pero del que me distanciaban décadas de mala educación, largos períodos aferrado a la fortuna, alejado del amparo de un guía o mentor que hubiera experimentado antes el beneficio de consagrar su vida a la virtud.

El día indicado para vernos me sorprendió el entusiasmo con el que me saludaron afirmando que les había encantado el estilo franco y directo de la prosa del viejo senador. Frente a su temor inicial de tener que lidiar con una escritura hermética, en las obras que les sugerí encontraron un narrador excelso, desprovisto de giros complejos o de alardes retóricos que Cicerón, maestro de la elocuencia, no hubiera dudado en emplear en la elaboración de su ampulosa sintaxis. Pero Séneca no se dirigía a un público abstracto o difuso, sino a destinatarios muy concretos a los que quería instruir, tras años de estudio y acumulación de experiencias, en todo lo que había aprendido. Por ello, por este ánimo docente, por la repetición de los temas y la vocación de guía, surgió de manera espontánea su comparación con el auge actual del coaching o la mentorización, una comparación que no tardó en hundirse sobre sus propios cimientos al comprender el diferente poso de uno y otros y, muy especialmente, la escasez de base filosófica en las actuales prácticas, orientadas más bien por los nuevos conocimientos prestados de la psicología y la neurología.

Sin embargo y cambiando de tema, nuestra ignorancia nos llevó a pasar de puntillas por la idea de Dios que parece sugerir Séneca en sus escritos, como ser providencial que da sentido al mundo, fuente de la razón que orienta las acciones de la naturaleza y guía de cualquier conducta humana. Consideramos, en cualquier caso, que su figura es más bien un presupuesto intelectual que irrumpe como necesario para explicar la lógica estoica y anclarla a una fuente original, llenando de contenido, a su vez, el concepto “virtud”, clave en toda la escuela filosófica de la que Séneca, con el paso de los siglos, terminará afirmándose como principal exponente.

En torno a la virtud gira, precisamente, su ideal de vida, expresado en diversos fragmentos de las tres obras antes mencionadas y centro neurálgico de una filosofía moral –y moralizante–, repleta de elementos de aplicación práctica en oposición a las doctrinas más metafísicas de muchos de sus antecesores. Lejos de querer entender el origen y funcionamiento del cosmos, Séneca ofrece consejo y tutorización, el resultado de años de estudio de los comportamientos humanos y de lectura de escritos procedentes de las escuelas estoica, escéptica y epicúrea. Y es que, como le sugiere él mismo a su discípulo Lucilio: la filosofía no tiene por objeto hacer pasar el tiempo distraidamente ni disminuir el tedio de la vagancia; antes bien forma y modela el alma, ordena la vida, nos muestra lo que debemos hacer y lo que no, se sienta al timón y dirige la ruta entre las dudas y fluctuaciones de la vida.

En este sentido, cobró fuerza en el contexto de la conversación, el debate sobre las últimas tendencias educativas, que extraen el estudio de la filosofía de los currículos escolares, dando por hecho que todos los referentes que el ciudadano necesita para vivir pueden ser aprendidos al margen de las enseñanzas que nos han legado los grandes sabios (suponemos que en la televisión) . Es más, aún en el pasado, el aprendizaje no iba más allá de unas cuantas ideas sueltas sobre las que apenas había tiempo para reflexionar. Uno llegaba a saber que el Superhombre era una creación de Nietzsche y el imperativo categórico una de Kant, pero muy pocos, quizá solo los que tuvieron la suerte de dar con un buen maestro, llegaron a interrelacionar conceptos, a contemplarlos en el contexto en el que surgieron y en conexión con las actuales necesidades del ser humano.

De ahí que Séneca nos pareciera tan actual y didáctico, volcado, como estaba, en ayudar a vivir. Su filosofía, humanista e individualista, está llena de parábolas, ejemplos, comparaciones, preguntas retóricas,… Quien lee al noble cordobés bien podría creer estar ante un pasaje del evangelio o una enseñanza agustiniana, pero no, sus temas –el seguimiento de las leyes de la naturaleza, la práctica de la virtud como contrapeso de lo placentero o casual y la rectitud en el obrar– lo identifican sin margen para la confusión. Otra cosa es que estemos dispuestos a aceptar sus propuestas, contrarias a los patrones de vida que las sociedades capitalistas han impregnado en las mentes de esos parias que somos todos nosotros, desprovistos, como estamos, de arneses filosóficos o morales. En plena eclosión de la ética del consumismo, Séneca y su oposición a lo superfluo, a lo efímero o afortunado, al culto al cuerpo por encima del alma o a los placeres y el deseo, es un ente subversivo a desterrar de la escuela y también de las conversaciones entre los jóvenes de una generación que, si bien sigue haciéndose las mismas preguntas que sus padres y sus abuelos, a todo lo que aspira es a tener un salario y vivir bajo un techo que no sea el de sus progenitores.

Vivir como sugiere Séneca exige, concluimos hacia el final de la conversación, desprenderse de ese individuo llamado “yo” que envuelve a lo que verdaderamente somos y que se construye, principalmente, a partir de las opiniones de los demás, bebiendo de los gustos y las modas dominantes. Hacerlo no debe de ser nada sencillo, afirmamos casi al unísono, mientras apurábamos las últimas gotas de café y nos citábamos para una próxima ocasión. No, no lo es, escribo ya una vez en casa, mientras leo como el maestro le corrobora esto mismo a Lucilio: Nadie por sí mismo tiene poder bastante para elevarse por encima de la estulticia; es menester que alguien le tienda la mano, que alguien lo levante. Yo, de momento, estiro la mía mientras leo nuevamente a Séneca, invitándoles, como hice con mis amigos, a que hagan lo mismo.

2 Replies to “Más Séneca y menos vagar”

  1. Muy interesante el texto y creo que tiene muchas reflexiones interesantes que comparto plenamente, ahora bien, creo que no he leído nada, pido disculpas si se ma ha pasado, en él de un punto que parece muy importante reseñar y que no me parece lógico «ocultar» al lector, Seneca era, seguramente, el ciudadanos más rico del imperio romano en su época.

    No creo que sea un hecho más sino algo clave para entender que él era capaz perfectamente de atender a su desarrollo personal, a su «alma», a la vida pública y a la transmisión de valores y conocimiento pero también a los asuntos crematísticos, teniendo en cuenta además que la filosofía y la capacidad de pensar en casi todos los aspectos «trascendentes» de la vida es llevado a cabo a lo largo de la historia, con interesantes excepciones como Diógenes, por inviduos que tenían plenamente cubiertas sus necesidades materiales. Hoy, sobre todo en EEUU, tenemos claros ejemplos de seguidores de Séneca, Bill Gates seguramente el más evidente, entre grandes multimillonarios filántropos.

    Si atendemos a la pirámide de Maslow, primero hay que cubrir las necesidades básicas antes de llegar a capas superiores y a la autorrealización, evidentemente en este mundo cambiante y líquido en que vivimos parece absurdo dedicar todo el esfuerzo y tiempo a intentar simplemente lograr dinero, pero hay que comprender que es difícil atender a todo lo demás si no se consigue tener más o menos organizada la vida material. «La felicidad que da el dinero está en no tener que preocuparse de él» José Ingenieros.

    1. Muchas gracias, Fernando, por tu comentario. Tienes toda la razón, Séneca procede de una familia patricia y, como bien dices, adinerada. Efectivamente, podría haberlo destacado en el texto, pero preferí ceñirme al contenido de su filosofía y ver sus aplicaciones prácticas en el mundo actual.

      El dato autobiográfico explica gran parte de los porqués que hay detrás de sus cartas y preceptos, pero mi intención era extraer de sus enseñanzas posibles conexiones con lo que sucede en nuestros días. Evidentemente, nosotros no somos Séneca (en toco caso seríamos Lucilio) y tenemos que afrontar condiciones muy distintas a las de su época, pero sí creo que el ideal estoico puede encontrar acomodo como respuesta al vacío existencial que empieza a invadirnos en medio de una vida en la que, prácticamente, nos está vetado hacernos, siquiera, las preguntas.

      Y, obviamente, comparto la visión práctica que introduces al final. Este artículo de El País explica bien la situación de los jóvenes en términos más de aquí y ahora: http://elpais.com/elpais/2017/01/24/opinion/1485285822_909706.html

Deja un comentario